Tras una condena de 25 años encadenado a una silla de ruedas por una operación que salió mal, el cuerpo de Julio finalmente se hartó, y dejó esta madrugada que su alma pudiera irse y volar. O salir corriendo. O gritar, pegar patadas, bañarse en la piscina de Villaviciosa, hacer aeróbicos en la cyclostatic de G.A.C.... Cualquier cosa ya, menos seguir encerrado -como la maripoosa en la escafandra de Schnabel- en un cuerpo que apenas podía respirar, atragantado por unas flemas que no podía ya ni expulsar.
Cuidó de mi hermano y de mí cuando murió el abuelo y éramos unos micos. Me salvó del suspenso en latín haciéndome repetir cien veces cada declinación -el jodido-, y me hizo descubrir el album de Yoplait del Doctor Gadget en su pueblo de Toledo. Fue mi amigo, y ambos estábamos orgullosos.
Hay cosas que el alma intuye.
Hace justo dos semanas fuimos a ver lo que quedaba de él, en la seguridad de que ya no estaría. Paquita nos había avisado que vegetaba, y que ni lo levantarían a causa de unas heridas debidas al enésimo ingreso de urgencia por el enésimo fallo en el enésimo órgano que tenía destrozado. Y ahí estaba: no postrado -porque es la vida la que te postra, no la enfermedad- sino harto, sin ser siquiera consciente ya de lo cansado que estaba.
Pero el tío reaccionó a las voces, y abrió los ojos. Nos reconoció, nos llamó por nuestro nombre y el puñetero, con dos cojones, obligó a su mente a despertarse y guardarnos como uno de sus últimos recuerdos. Ese día Julio luchó -como los gladiadores que tanto admiraba- para que su mente se despertara, sí o sí: habló con nosotros, dejó claro que nos reconocía e hizo como los políticos, dirigiéndose a cada uno de nosotros comentando alguna característica, algo que diferenciara cada una de nuestras relaciones con él. Algo que hiciera que cada uno de nosotros se sintiese único y especial, responsable de haber obrado un pequeño milagro. Cuando el milagro lo obró él forzando a su mente, haciéndola daño hasta que ésta tuvo que ceder y despertarse para estar de vuelta con gente que quería. Y cada vez que movía la cabeza para clavar su mirada en cada uno de nosotros y regalarnos una frase, ese cuerpo cabrón se obstinaba en hacerle pagar tamaño atrevimiento, y se podía ver la agonía. Pero Julio venció, y se salió con la suya, una vez más, por sus amigos.
Me han contado que su mente luego se vengó, y se cerró obstinadamente hasta que Julio dejó de estar. Tengo que hablar con los míos para que me cuenten la verdad -o la mentira- de que se fue tranquilo y no lo notó. En todo caso, seguro que donde esté habrá tirado ya la silla de ruedas, se habrá incorporado y, con su chandal claro calado hasta el ombligo, ha vuelto a Villaviciosa a ponerse en forma en la cyclostatic y hacer sus aeróbicos mientras Esther, Foncho, José y yo, micos de nuevo, comemos en bañador las croquetas industriales y el yogur de chocolate de la casita de Danone, tras una sesión de piscina -con flotador, eso sí, nunca se está lo suficientemente seguro-. Han sido muchos años sin hacer ejercicio, y le espera una eternidad en que parará poco.
Recuerdo cada palabra que dijo hace dos semanas. Pero eso es patrimonio mío, y estoy seguro de que me ayudará cuando más necesite recordar que al menos, alguna cosa hice bien.
Descansa, Julio: si no lo mereces tú, no lo merece nadie, y esa es la mejor laudatio.
Vale atque ave, amicus meus.
Tu amigo que te quiere,
Luis