martes, 13 de mayo de 2014

The Zero theorem, by Terry Gilliam


Inaugura el NOCTURNA 2014, este 26 de mayo, la nueva paranoia del director de Tideland. Estética tipo Brazil, guión demasiado parecido a la enésima vuelta de tuerca a 1984, y actorazos (esta vez Christopher Waltz). Veremos que toca ahora: a) obra maestra incomprendida, o b) peliculeja que le de cuartos para autofinanciarse una de las precitadas. 
Con este señor nunca se sabe, por lo que este que está aquí, como siempre, lo comprobará in situ

El Derecho al olvido

Hoy, mi Santa Casa ha reconocido la existencia del derecho al olvido, obligando a google a arrostrar las consecuencias de no respetar la decisión de aquellos ciudadanos, cada vez más pocos, que quieren permanecer anónimos en la red de redes.

Hace miles de años, el olvido era una condena. Hoy, una bendición.

martes, 6 de mayo de 2014

El último regalo de Julio


Tras una condena de 25 años encadenado a una silla de ruedas por una operación que salió mal, el cuerpo de Julio finalmente se hartó, y dejó esta madrugada que su alma pudiera irse y volar. O salir corriendo. O gritar, pegar patadas, bañarse en la piscina de Villaviciosa, hacer aeróbicos en la cyclostatic de G.A.C.... Cualquier cosa ya, menos seguir encerrado -como la maripoosa en la escafandra de Schnabel- en un cuerpo que apenas podía respirar, atragantado por unas flemas que no podía ya ni expulsar.

Cuidó de mi hermano y de mí cuando murió el abuelo y éramos unos micos. Me salvó del suspenso en latín haciéndome repetir cien veces cada declinación -el jodido-, y me hizo descubrir el album de Yoplait del Doctor Gadget en su pueblo de Toledo. Fue mi amigo, y ambos estábamos orgullosos.

Hay cosas que el alma intuye.

Hace justo dos semanas fuimos a ver lo que quedaba de él, en la seguridad de que ya no estaría. Paquita nos había avisado que vegetaba, y que ni lo levantarían a causa de unas heridas debidas al enésimo ingreso de urgencia por el enésimo fallo en el enésimo órgano que tenía destrozado. Y ahí estaba: no postrado -porque es la vida la que te postra, no la enfermedad- sino harto, sin ser siquiera consciente ya de lo cansado que estaba.

Pero el tío reaccionó a las voces, y abrió los ojos. Nos reconoció, nos llamó por nuestro nombre y el puñetero, con dos cojones, obligó a su mente a despertarse y guardarnos como uno de sus últimos recuerdos. Ese día Julio luchó -como los gladiadores que tanto admiraba- para que su mente se despertara, sí o sí: habló con nosotros, dejó claro que nos reconocía e hizo como los políticos, dirigiéndose a cada uno de nosotros comentando alguna característica, algo que diferenciara cada una de nuestras relaciones con él. Algo que hiciera que cada uno de nosotros se sintiese único y especial, responsable de haber obrado un pequeño milagro. Cuando el milagro lo obró él forzando a su mente, haciéndola daño hasta que ésta tuvo que ceder y despertarse para estar de vuelta con gente que quería. Y cada vez que movía la cabeza para clavar su mirada en cada uno de nosotros y regalarnos una frase, ese cuerpo cabrón se obstinaba en hacerle pagar tamaño atrevimiento, y se podía ver la agonía. Pero Julio venció, y se salió con la suya, una vez más, por sus amigos.

Me han contado que su mente luego se vengó, y se cerró obstinadamente hasta que Julio dejó de estar. Tengo que hablar con los míos para que me cuenten la verdad -o la mentira- de que se fue tranquilo y no lo notó. En todo caso, seguro que donde esté habrá tirado ya la silla de ruedas, se habrá incorporado y, con su chandal claro calado hasta el ombligo, ha vuelto a Villaviciosa a ponerse en forma en la cyclostatic y hacer sus aeróbicos mientras Esther, Foncho, José y yo, micos de nuevo, comemos en bañador las croquetas industriales y el yogur de chocolate de la casita de Danone, tras una sesión de piscina -con flotador, eso sí, nunca se está lo suficientemente seguro-. Han sido muchos años sin hacer ejercicio, y le espera una eternidad en que parará poco.

Recuerdo cada palabra que dijo hace dos semanas. Pero eso es patrimonio mío, y estoy seguro de que me ayudará cuando más necesite recordar que al menos, alguna cosa hice bien.

Descansa, Julio: si no lo mereces tú, no lo merece nadie, y esa es la mejor laudatio.

Vale atque ave, amicus meus.

Tu amigo que te quiere,

Luis