viernes, 12 de noviembre de 2021

Desmontando (más) a Yukio Mishima

Si somos sinceros, lo que más atrae a la sociedad occidental de Yukio Mishima es la foto de su cabeza decapitada, exhibida tras su seppuku ritual. De su obra, poco sabemos por aquí. Y en Japon, segun me han contado, tampoco demasiado. Yukio Mishima es el epítome del fascista auténtico -muy distinto a lo que hoy las masas adocenadas califican alegremente como tal-; el resultado de un cúmulo de frustraciones derivadas hacia el odio y, en última instancia, hacia el suicidio, entendido éste no como acto de heroismo, sino como el intento último de eludir la captura y sus consecuencias.
Mishima era un homosexual que nunca aceptó su natural orientación, pervirtiendola hasta tornarla en homofobia. Un protodesertor que fingió una tuberculosis para eludir el frente y que, años despues, crearía unas Hitlerjugend merced a las cuales ocupó un cuartel donde se suicidaría en un seppuku que, seamos sinceros,  fue toda una chapuza. Un seppuku que requirió varios cortes, porque eso de la decapitación mediante un solo y limpio tajo unicamente existe en las películas -y si no, preguntenle a su forense más cercano-. Alguien que cubrió de odio sus frustraciones, contagiándolas para apearse del tren en marcha tras montar una buena. Un “nostálgico” que supo vender su producto y fue erigido al nivel de semidios por la parte más ahíta y decadente de una sociedad todavía humillada por la reciente derrota.

Mishima no es Mishima. Mishima es… Mishima