lunes, 23 de marzo de 2020

Bitácora de la pandemia. Estado de alarma prolongado

A lo largo del día de hoy el Congreso, de conformidad con el art. 116 CE, autorizará la prórroga del Estado de alarma otros quince días, para garantizar que a los locos no les de por abandonar las urbes en masa y contagiar, más aún si cabe, las zonas rurales. Me parece curioso ese afán por destruir los lugares donde uno encuentra solaz, como si quisiéramos acabar con la belleza. -Es por huir del contagio-, dicen; -los hospitales de aquí están saturados, y quitan los tubos a los ancianos para ponérselos a los jóvenes- recitan, en una suerte de mantra, reiterado con tal vehemencia que solo destila evasión y egoísmo. A tal estado de cosas no ayudan las decisiones erráticas de los responsables farmacéuticos, ni los bulos insertados en archivos de voz donde el enésimo pretendido jefe de cardiología del enésimo hospital público predica el Armagedon.
El Armagedon no va a venir. Al menos, en forma de coronavirus. Vendrá la saturación de las UCIS, el baile de números irreales, las pendientes ascendentes de las curvas, los problemas de suministro de mascarillas y demás material de protección... Pero también acabarán por venir los números reales, esos que nos dirán que la mortalidad es inferior al 1%, que el suministro de alimentos y medicinas está totalmente asegurado y que, más antes que después, si seguimos las pautas de aislamiento y prevención, llegaremos a la famosa meseta y estabilización.

domingo, 22 de marzo de 2020

La tía Cari

Cari es la hermana de mi padre. Tiene ya 70 años (que se dice pronto para una persona con discapacidad psíquica), le encantan los bolsos, el maquillaje y todo aquello que brille, y si le pones a tiro una escalera mecánica pasará horas subiendo y bajando felizmente por ella, hasta que un operario del Metro pregunte qué coño estamos haciendo, y nos diga que esto no es un parque de atracciones. Recriminación ésta que espero seguir oyend muchas veces más.

Cari es la más lista del centro de atención a discapacitados donde se encuentra. De hecho es tan lista que a veces se hace la tonta. Recuerdo un día que, viendo la tele, salió la Reina Leonor y ella, feliz, proclamó que la monarca era amiga suya y que hablaban de muchas cosas cuando se veían. Pues bien, la puñetera tenía razón. Como es la que mejor se expresa del Centro, siempre que hay visitas oficiales la sacan a ella para que reciba a las autoridades, y así, si pudiera escribir, tendría una agenda con más contactos que el propio Amancio Ortega.En suma, es de las pocas personas capaces de sacar al niño que llevamos dentro, ese que tan rápido olvidamos.

Cari tuvo la mala suerte de encontrarse con su cordón umbilical cuando estaba intentando salir de mi abuela para poner colores y formas, al fin, a ese mundo que oía desde el vientre de la tía Piedad (porque en los pueblos de la Mancha todos son tíos o tías, y si estas gordito te dicen lo guapo que estás). Creo que algo avisó a la tía de que estaba mejo flotando ahí dentro, e intentó evitar que saliera. Con la mala suerte de que se enrolló en su cuello, le privó de oxígeno durante demasiado tiempo, ese cerebro maravilloso se quedó sin riego y mi tía Cari nació con capacidades distintas a los demás.

Mi tía Cari recuerda los nombres de todos los familiares de toda la gente que conoce, enloquece de alegría cuando ve un bebé (benditos instintos) y, la verdad, es muy cotilla (además de pelín glotona, como su sobrino). Lleva en una residencia para personas como ella en san Martin de Valdeiglesias más de treinta años, y ha sido muy feliz.

Mi tía Cari el otro día se despertó tosiendo y con dificultades para respirar. Se cansaba mucho para llegar a la salita del desayuno, y ahí vió que otros compañeros estaban, también, tosiendo.

Pero yo no sabía nada de esto.

Algún día después del otro día me llamaron de la residencia. Estaba con el coronavirus y, la pobre, no sabía muy bien qué le estaba pasando, solo que estaba mal, y no podía explicar muy bien los síntomas. Era posible que la llevaran al hospital. A fecha de hoy está estable dentro de la febrícula y, si no empeora, seguirá en la dependencia que para contagiados con síntomas leves ha logrado habilitar el personal de la residencia. Todos ellos verdaderos héroes que, como los verdaderos héroes, es posible que acaben también contagiados y olvidados.

El verdadero mundo, ese que vale la pena, lo puebla gente como mi tía Cari. Ellos lo llenan de sonrisas, candor y una naturalidad que hace mucho que olvidamos. El verdadero mundo, el mejor posible, es aquel donde mi tía no hace más que subir y bajar escaleras mecánicas con una risa que contagia a todos los locos gloriosos, los poetas, los pintores y los abuelitos que nos enseñaron la esencia de lo bueno, el sustrato de lo bello.

Todos aquellos que, si no hacemos algo, irán muriendo estos días, vaciando el mundo de los únicos que verdaderamente valen la pena.

Lo que nos define como humanos

Hace mucho que no escribo. Ni aquí ni en otros sitios, más allá de textos académicos o profesionales. Pero estos días tenía que escribir. Aquí. No por ego, ni porque me lean (a estas alturas, y tras el parón de 2 años, dudo que nadie me siga ya). Sino porque a veces hay que dejar escritas cosas.
No por el miedo a la muerte, sino por el miedo a la vida.
Una vida en la que, tras esta pandemia, estará la mayoría de gente joven y fuerte, pero donde ya no estarán muchos de los físicamente débiles, esos que Hitler consideraba infrahumanos, indignos de respirar.

Pienso en los físicamente frágiles y me vienen a la memoria Oleg Karavaichuk creando belleza en su piano del Hermitage; el padre Angel ayudado a todos los que no tienen para comer; Stephen Hawking descubriendo el mundo detrás del mundo, Van Gogh creando belleza como bálsamo para la esquizofrenia... Tantos locos maravillosos, tantos ancianos que crearon -y crean- las mejores obras de su existencia precisamente tras haber vivido una vida plena, sin cuyas vivencias no podrían haber ideado lo que pervivirá siempre, más allá de ellos, más allá de nosotros.
Y pienso en los que no pueden defenderse por sí solos, los indefensos. Aquellos que, como mi tía Cari, nunca pudieron valerse por sí mismos y, en estos momentos de alarma, miedo y abandono, miran sin comprender por qué les están dejando solos en sus residencias.

Nos estamos muriendo, y hay que pervivir. Pero pervivir no es sobrevivir. Pervivir es superar los retos más graves como un todo, como un colectivo cuyo rasgo principal es la humanidad, no la racionalidad. Porque racional es optar por los fuertes frente a los débiles, mientras que humano es proteger a los débiles antes que a los fuertes.

Un pueblo se mide por el nivel de protección de sus integrantes mas indefensos, no por el grado de pureza de sangre o porcentaje de supervivencia (el término lo dice todo). Y nosotros no queremos meramente sobrevivir. A los supervivientes de toda catástrofe siempre les espera un calvario de recuperación; por contra, a las sociedades que perviven las abrazará una época de aprendizaje y curiosidad por un futuro mejor. Nosotros queremos pervivir como humanos, y para ello no podemos olvidar el atributo más importante del ser humano, que es la solidaridad, entendida como la superación del instinto de supervivencia individual en pro del más indefenso. Y en este sentido la solidaridad es antinatural, porque implica que nos sacrificamos por otro más débil, despreciando el natural instinto de supervivencia común a todos los animales. Pero, siendo antinatural, es por ello lo más humano que se puede encontrar, lo que nos distingue y, en ocasiones, nos hace únicos, asemejándonos, quizás por vez primera, al Dios en que cada uno cree.

Es muy fácil pensar en nosotros como buenos en tiempos de abundancia, solo porque no hemos tenido la oportunidad -o necesidad- de hacer cosas malas para sobrevivir. En estos tiempos de pandemia global toca enfrentarnos de verdad con nuestro verdadero yo, y darle una oportunidad de comportarse como humano, no como superviviente. Solo así, cuando todo esto termine -que terminará- podremos vivir con nosotros mismos en un mundo de seres humanos. Porque si sobreviviéramos tras haber sacrificado a los más débiles en pro de un ciego ideal de supervivencia numérica, nos encontraríamos otro mundo, seguramente. Pero no de personas


Solo pervive la belleza, y la belleza está en nuestro reflejo en los demás.