lunes, 25 de octubre de 2010

Los mil caminos del cielo (Jose, el de Marina Gregorio)

Hace poco me enteré de que había muerto Marina, la madre de Jose, de la casa de los Gregorio de Aldín: murió primero el hijo y, pocos meses después, le siguió la madre. Y entonces recordé. Recordé la imagen que me acompañó durante toda mi infancia, y me di cuenta de que hacía mucho -demasiado- tiempo que ya no veía aquella carpetovetónica y artesanal motocamilla azul en que, todos y cada uno de sus días, la madre bajó al hijo impedido desde la niebla de las montañas hasta el mar y la luz de Luarca. Y eso hicieron, los dos, todas sus vidas. Y por eso, todas las mañanas en Almuña recuerdo el familiar sonido de esa maravillosa e imposible máquina azul de humilde motor (si llegaba a los 3 caballos de potencia, era por la grandeza de Dios), que una modesta pareja ideó, construyó y convirtió en parte del paisaje más humano de una España cada vez más hastiada, cada vez más gastada, insensible, cruel, seca y yerma por dentro. Estoy cansado, desde hace mucho, de que nos sirvan mascados los mitos a adorar; de que nos impongan los héroes a quienes tenemos que rendir culto con alma, cuerpo y abono de palco de Bernabeu, escaño en el Congreso o silla de tertuliano en la última mierda de programa de noche de fin de semana. Estoy harto de que me impongan no ya cómo vestir, sino cómo pensar y a quién admirar, por el tamaño de sus tetas o de su billetera. Y por eso mi memoria, también harta y, a veces, inesperada cómplice, me trajo a la retina la figura de los míticos centauros. Y la imagen que tardé en procesar -por increíble- fue la de una walkiria subida a lomos de un centauro: una walkiria que vencía al mundo, al dolor y a la muerte. Y logré comprender el por qué de ese cuadro, al recordar la motocamilla azul en que durante décadas, una sencilla mujer llevó a su hijo impedido a saludar al mundo, poniéndole unas ruedinas a sus piernas, imposibilitadas para andar.
Todas las mañanas del mundo, además del gran título de Corneau, se queda pequeño para definir el amor, la dedicación y la infinita paciencia de una madre que luchó hasta el final porque su hijo fuera feliz, incluso sin saberlo. Y pensando mucho, recordé también que mientras la madre miraba siempre hacia delante -siempre al camino que quedaba por recorrer, que aunque era el mismo siempre era distinto-, el hijo miraba hacia arriba. Y ahora, hoy,creo que se por qué. Creo que el día en que Jose nació -el día que ocurrió todo-, un pacto secreto se fraguó, tácito, entre la madre, el hijo y la irónica Providencia: la madre llevaría al hijo, impedido, por los caminos de la vida, los caminos que se ceñían a tres kilómetros de montaña, uno de valle y uno de mar. Y, a cambio, el hijo grabaría a fuego en su memoria todos los caminos del cielo: para, llegado el momento, ser él quien guiara a su madre por la infinitud de las nubes y las estrellas de un universo mejor. Y así, y porque el cielo es infinito -y no como los cuatro kilómetros de Aldín a Luarca-, Jose tuvo que fijar toda su atención en ese cielo inexpugnable y complejo, en ese laberinto de caminos por recorrer hasta comparecer ante el único juez Eterno. Y por eso, hoy ya no oigo el sonido de la motocamilla, pero si me esfuerzo y, como Jose hacía, callo, me concentro y miro hacia el cielo, alcanzo a verle a él. Y es él quien ahora guía a su madre para que no se pierda todas las maravillas del cielo que los dos han merecido y él, en silencio durante medio siglo, memorizó una a una. Y van juntos, y van de la mano, y ahora conversan en voz alta. Y la motocamilla quedó abajo porque, donde están, ninguno de los dos necesita otra cosa que todas las mañanas de un mundo, ahora eterno para ellos, para caminar, hablar y -creo- seguir parándose a saludarnos a nosotros, los vecinos de aquí abajo que, pensando que somos listos, en verdad nunca pudimos ver todo lo que Jose, postrado, veía desde su camilla de motor, paciencia y amor.
Primero subió el hijo, para prepararlo todo a su madre. Y la madre, harta ya de ver la motocamilla azul solina, subió también, muy poco después, para que aquel no la echara de menos. Y ahora están ya juntos, para siempre, recorriendo los mil caminos del cielo.

cuando los tarados gobiernan: The ogre, con John Malkovich


Leyendo sobre la visita de Himmler a Montserrat en busca del Grial (que ocurrió, señores) me ha venido a la memoria una película que me marcó: sobre los temas (porque no trata un solo tema, sino que aglutina en 100 minutos lo que podría desarrollar en horas) y, sobre todo, porque no creo que vuelva a ver una película que muestre con tanta claridad lo destructivo que es un gobierno cuando lo gobiernan los locos, los resabiados y, en fin, aquellos que, de haber estado al otro lado del Reichstag, habrían sido los primeros en desfilar por los campos de exterminio. La descripción de las patologías de Göring, en especial cómo metía las manos en los diamantes para calmarse, unido a las rabietas que acababan con miles de inocentes y el cuadro de los últimos estertores de una Alemania Nazi que, en su suicidio, acabó con sus propios hijos pequeños, es soberbio. Por favor, si no la han visto, véanla, y comprenderám por qué hay que pensar antes de erigir a los monstruos en gobernantes y por qué el señor Malkovich es uno de los mejores actores que hay hoy (Vid. también de ratones y hombres y, cómo no, being John Malkovich). Para completar el cuadro de la piedra de la locura que pintaron la panda de lisiados y tarados que formaron gobierno en la Alemania nazi, son también ilustrativas el hundimiento (mi Bruno Ganz de Wenders, increible de nuevo) y, curiosamente, "la niña de tus ojos", con un incomparable retrato de Göebbels que hace pasable incluso a Penélope Cruz como actriz

martes, 19 de octubre de 2010

Su último aliento

Con su último aliento, sonrió.
Estaba en el suelo, con la cabeza pegada contra el barro, y lo último que su cuerpo notó fue el cañón de la pistola contra su sién. Y simultáneamente pensó: -huele a rosas-, y simultaneamente la cabeza, a la vez que se le vaciaba de materia gris por causa del tiro de gracia, se le llenó de todos los recuerdos que valían la pena.

Sus hijos,
su mujer,
sus padres,
los abuelos,
el pueblo,
el sonido del amanecer, en el preciso momento en que los grillos dejan paso a los gallos
el olor de la tierra nada más llover
comer la fruta que acababa de recoger del árbol
bajar en bicicleta las cuestas que bajaban de las montañas
el manantial de la roca
los tebeos leídos tomando el zumo que su madre preparaba para que le bajara la fiebre que le postró, más de una vez, sin colegio
(sin matemáticas, sin ciencias, sin lengua: sólo con Superlopez)
El primer beso,
el último beso
las campanadas del monasterio al amanecer,
la sombra de las pirámides,
la triste esperanza de Calcuta,
la infinitud de la Gran Muralla
el olor de las comidas en la Jama Al Fnaa,
La sonrisa de Epcot a los 15 años, recién enamorado
La vez que llegó el primero a la meta en la carrera de la milla
Las charlas con su padre,
que repitió con sus hijos,
La mirada de quienes confiaron en él,
y le quisieron.
El sabor de los recuerdos,
el olor de la primera vez que entró en el hórreo,
el olor de su hijo recién nacido
la calidez de la piel de su esposa desnuda,
y el rostro de quienes murieron con la dignidad de haber vivido.
Y sonrió,
y ellos, aunque pensaron que habían ganado, perdieron.
Porque ellos eran los muertos, y él, al fin, había vencido.

"From my rotting body, flowers shall grow and I am in them and that is eternity". Edvard Munch

Inmortalidad no es lo mismo que Eternidad. No es necesario ser inmortal para ser eterno, y hubo (y hay, y habrá) seres inmortales que nunca alcanzarán la Eternidad. El amor eterno nunca muere, pero el odio inmortal se apaga con el tiempo. Pocos recuerdan los nombres de los míticos inmortales, y por eso perdieron la eternidad a la que creían tener derecho. Pero cada uno de nosotros es eterno (por mucho que todos, algún día, vayamos a morir), y no sólo en la medida en que ni fuimos conscientes de nuestro nacimiento ni seremos conscientes del momento concreto en que dejemos de existir, sino en la medida que dejamos quienes nos recuerdan. Hay que morir para poder llegar a ser eterno, y en tanto no muramos podremos ser temporal -y lógicamente- inmortales, pero nunca eternos. Y la eternidad sólo se percibe desde el futuro lejano, sólo se conquista en vida, sí, pero para ser reconocida por los nietos de nuestros nietos, que verán, en la labor de criba del tiempo, que éste, a unos pocos, les ha perdonado. Morimos, y debemos de morir, pero no por ello terminamos. Por eso, hoy, recuerdo la frase de Munch, demenciado por un padre que desde muy niños le aterró con las penas del infierno, maldito por y para sí mismo y que murió a la alegría, a la felicidad y a la luz de la vida mucho antes de percibirlo, pero que será eterno, del mismo modo que logró que escucháramos su grito, sin siquiera tener necesidad de oirlo. Podremos morir pero, si Dios quiere, no desapareceremos.

Mañana, año nuevo

L.

Nobel ejemplar

Poco que escribir y mucho que reflexionar sobre la concesión del Nobel a Don Mario. Menos mal que la Academia está más allá de talantes, correcciones políticas (si no, que se lo pregunten a los chinos), yugos temáticos y aborregamiento mental, y ha decidido, más que acertadamente, dar el Nobel a quien ha demostrado a lo largo de décadas que hay cerebros creadores innatos, con sus propias ideas, y que producen obras de tal calidad que permiten a sus propietarios ignorar el adocenamiento y la sumisión a la política del momento (que no a los gustos de los lectores de siempre) para poder dedicar su tiempo y esfuerzos a crear e innova, y no a dar gusto a quien, si no, no te publica. Pero claro, esto sólo se lo pueden permitir los Borges, los Cortázar, los Rulfos, los Vargas Llosa... y no la caterva de imitadores que si no te sacan la enésima novelita histórica sobre Rufus de Antioquía (prestamista golfete que se enamora de una esclava gaditana bizca), te sacan el último dramón de prisioneros de guerra en las cárceles del régimen... Por Dios: entre esto, los remakes cinematográficos de Karate Kid, la vuelta del look pijo, el apropiacionismo en arte y las princesas del pueblo no se ni dónde ni cómo vamos a acabar (bueno, sí, pero me aterra pensarlo). L.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Los Simpsons, Banksy y Corea del Norte

Ya se olía cuando Guy Delisle creó Pyongyang: eso era sólo el principio. Ahora va la Fox, contrata a Banksy y ¿pensaba que el grafitero más controvertido y oculto haría una introducción de los Simpsons políticamente correcta? Lo malo es que nadie se pone de acuerdo sobre el país asiático en que se situa (deduzco que es Corea del Norte, humildemente) ni lo que realmente pretende. En todo caso, vale la pena. Un aplauso poe Banksy y otro por la Fox, que lo emite.

martes, 5 de octubre de 2010

Dalí cantar de los cantares catalogado Albert Field 71-17. 188/250

Al fin. Bello, a muy buen precio y el marco -comprado el domingo en el Rastro- hace juego con el polvo de oro. Catalogado en el Catálogo Oficial de la Obra Gráfica de Dalí de Albert Field, autorizado por el genio de Figueras con la ref. 71-17. Los de la Trastienda se han portado.
L

lunes, 4 de octubre de 2010

El mecenas rata negociadora (AKA el "putamo")

Buscando financiación para adquisición de firma prestigiosa, mi aspirante a mecenas se ofrece a colaborar a la adquisición de firma de Picasso con la flamante cantidad de 100 euros. Con unas cuantas decenas como él, lo tengo ya chupado.

viernes, 1 de octubre de 2010

¿firma de Picasso auténtica o falsa?



Como nunca se sabe quién te puede estar leyendo, acudo hoy a vosotros con una pregunta/petición de ayuda: esta dedicatoria a Sabartés (amigo de Picasso) con su correspondiente firma del genio se encuentran al pie de una litografía de 1963, es decir, momento de vejez del irrepetible. He consultado algún que otro diccionario de firmas, un amigo perito, monografías... y parece que lo que más dudas ofrece es la parte superior de la "p", si bien en esta época las hacía bien redondeadas, bien en ángulo. Lo demás (velocidad, seguriad, inclinación, separaciones, anchos...) parece coincidir.
¿Alguien me puede ilustrar?