lunes, 25 de marzo de 2013

La Pasion según San Mateo, de Bach



Lugar: Auditorio Nacional.
Día: sábado 23 de marzo a las 19:30.
Director: Ton Koopman (también armonio).

Típica pieza de estas fechas, el premiado director de la Amsterdam Baroque Orchestra and Choir no decepcionó. Su dirección es vital, activa y ejemplificante para un piezón de la talla de la Pasión de un perfeccionista como Bach. Dirija Ud. a un coro con niños, cuatro voces brutales (entre ellas, el narrador y a un Jesús verdaderamente Todopoderoso), instrumentos barrocos tipo viola de gamba y encima toque el armonio: el tío parecía un pulpo de los anuncios estos de webs de viajes.

La Pasión no es para entendidos, pero sí para gente que sabe lo que va a ver, y quiere verlo. El coro marca los momentos álgidos de este relato musicalizado del fin terrenal de Cristo; un relato que mantiene su interés y que no tiene grandes altibajos, manteniéndose en una secuencia musical de 160 minutos (pausa de 20 minutos en el medio aparte) sin estridencias ni momentos de brutal intensidad como podemos ver en Beethoven, y que curiosamente sume al espectador en una suerte de sopor activo, en que pasa a formar parte de un todo que se forma en la Sala. De tal modo, el espectador se integra en el propio relato de la Pasión y asiste, no a la interpretación de una pieza sublime, sino directamente a los últimos días de Cristo.

Una de esas piezas que hay que ver, porque gusta y es Bach, el genio técnico, en estado puro.

De La Luna de Madrid hasta Matador, pasando por Sur Exprés o el inimitable Canto de la Tripulación




Ni el DVD, el iPad, los tweets o la leche en verso. Las tendencias siempre precisarán de los soportes papel o fotográfico para expandirse. Y el mejor ejemplo, la movida madrileña. Ese subproducto maravilloso que creció -junto con la adicción al jaco, las obras de Crumb o los vinilos underground- gracias a las bases americanas (gracias por el soplo, Carlos), asentadas en una España que todavía no sabía lo que era, pero sí lo que había dejado de ser.

En esa época no es que todo fuera experimental: es que todo se experimentaba. En palabras recientes del irreductible y maravilloso Carlos García-Alix, es que nadie sabía lo que se estaba metiendo. Y de ahí la inocencia, la transgresión, y las ganas. De los experimentos sexuales de Chus Lampreave sobre Alaska hasta los prince Albert, la heroína, el techno sobre Trompisones o los primeros fanzines, las cosas se movían tan rápido que había que documentarlas, inter alia, para evitar que desaparecieran. Y ahí surgió, en Noviembre de 1983, la revista "la luna de Madrid", el hijo preferido -al menos, en su primera redacción-, del presciente Borja Casani, quien la llevaría de la mano hasta el verano de 1985: fecha en que su natural sustituta, la Sur Exprés, ya estaba asentada desde su nacimiento en diciembre de 1984. Estas dos revistas serían, a su vez, el germen del germen, y me explico. Fue una conversación en 1988 sobre cómo entrevistar a Domingo Ortega lo que daría lugar a la reflexion de García-Alix (esta vez, Alberto) sobre la posibilidad de reunir a los amigos en torno a una tabla y dos borriquetas, y crear algo nuevo. Reflexion ésta que pariría, en 1989, el primer número -de los 10 que saldrían- del Canto de la Tripulación, la que considero la revista más espontáneamente genial de toda la historia del Madrid -y quizás, de la España- del último cuarto de siglo.

El Canto de la Tripulación no es una revista fácil de leer y mucho menos, a fecha de hoy, encontrar. A salvo de tres números que todavía puedan quedar en la Kikekeller (atención especial al 7, dedicado al inimitable Ramon Gomez de la Serna), buscar los 10 ejemplares de ECT es como buscar la caja de Colgate donde regalaban el muñequito del retorno del Jedi, el madelman 2001 o militaria original de la División Azul: empresa imposible, que no por ello, menos tentadora.

Por el Canto de la Tripulación ha pasado el mundo de sendos García-Alix: motos, tatuajes, mujeres, arte, la fotografía de Alfonso, la poesía de Pedro Luis Galvez, el Madrid turbio de las checas, el comisario Lino, Ruiz de Letona, la Patro, los pistoleros... y las fijaciones de ese grupo de amigos, desde Ceesepe hasta Gonzalo García Pino, que lo mismo se enchuzaban en Tanger que en las antigua sede del Pombo, o los Stands de ARCO. Un grupo otrora unido, al que la vida, el tiempo y eventualidades cardiocoronarias o de otra índole acabó por separar, y que hoy perdura en las páginas de una revista que vale la pena buscar hasta la extenuación, se lo aseguro.

Hasta hace poco pensaba en Matador. Ahora la acompaña, también, el Canto de la Tripulacion.

L.

PS.- Se aceptan (no, mejor SE SUPLICAN ejemplares: contactar bloguero)

miércoles, 20 de marzo de 2013

Ludovico Einaudi, Michael Nyman y la Penguin Cafe Orchestra


Me hacen mucha gracia los intentos de clasificar la musica con otros parametros que no sean los puramente historicos o geográficos: alternativa, atonal, folk, grunge, funk, "otras músicas"... Me carcajeo del enésimo intento de encerrar el aire, máxime cuando el aire que se intenta aprisionar ha pasado por el tamiz de un instrumento musical, saliendo convertido en belleza. Porque la belleza no se puede cautivar.

Al igual que solo hay dos tipos de vinos -los que gustan, y los que no-, solo hay dos tipos de musica: la que es buena, y el resto. Y, ante todo, una pauta de distinción: la buena música es aquella que llega al alma, la agarra y la retuerce, la exprime, provocando las lagrimas de quien presencia la belleza, o la resolución de quien despierta de un largo letargo y ve todo lo que le queda por hacer en una vida que ha de terminar. El rsto, no es música.

Gracias a Pawan y su honradez, logré ver ayer a Luigi Einaudi. Pienso, y creo que "ver" no es le mot juste; porque a Einaudi, como a Nyman o la Penguin, no se le ve: se le asiste, se le presencia cómo mete sus manos en el alma del piano y le arranca la formula de la melancolia, la resolucion, el despertar o la vuelta al seno materno. Y al gritar, pensar o llorar, ese piano nos agarra y nos enfrenta a una vida sin Prozac, coca o somníferos. Una vida en que no se es: se actua o se reacciona sin parar, al son de un piano que nos recuerda que no estamos solos en el Universo. Que como poco, está Dios.

Ayer, Einaudi no decepciono: repasó lo mejor de su repertorio y nos presentó a nuevos amigos.

miércoles, 6 de marzo de 2013

Antes la carne de caballo y ahora, los pasteles

Los chinos acaban de detectar, segun sus estandars, que los pasteles de chocolate de cierta Corporacion tienen "un alto contenido en bacterias fecales".

...Manda huevos

martes, 5 de marzo de 2013

Rincones

Marionetas del destino

Somos marionetas del destino,
predestinados desde el nacimiento,
minúsculos,
irrelevantes para el universo.
Estrellas fugaces,
¿...solo vistas un segundo por unos pocos...?

Gotas del sudor del mundo,
paridos exclusivamente para nutrirle

O bien,

¿somos diamantes de luz,
nacidos de carbono,
convertidos en eternos,
a través de vidas únicas

Un Dios cada uno,
a imagen y semejanza,
diminutas copias perfectas,
En las que se atisba el milagro?

¿Qué somos?

¿Qué seremos, si seguimos siendo?

lunes, 4 de marzo de 2013

El così fan tutte de Michael Haneke


...Bueno, la verdad es que es de Mozart. Haneke "unicamente" es el director de escena, pero ahora que el Oscar está calentito, parece que tira más hablar del dire de Funny Games que del megagenio de Salzburgo, si bien ambos comparten esa avergonzada pertenencia a Austria, tan de moda tras los sucesivos pifostios que el hoy enano imperio ha venido causando día sí, día también, a lo largo de la historia.

Primero, la ópera. Si no fuera de Mozart, el acuerdo en calificarla de estrictamente bufa sería unánime. Pero señores, poner a Mozart de autor bufo en la escena operística es como plagiar a Faulkner en el pueblo de "amanece que no es poco": un pecado, vamos. El così es más bien... más bien un Divertimento pasado por el antitamiz de una mente genial. Una historieta de enredos, apuestas, decadencia y lucha barroca contra el tedio, a golpe de clave compinche, que nos va guiñando con cada ocurrencia de ese dúo conspirador compuesto por Don Alfonso (vuelta al Shimell fetiche de Haneke) y Despina, cuyo talento para la improvisación interesada se va desmadejando a lo largo de tres horas que parecen los cien minutos de cualquier película.

Las óperas son el mejor ejemplo de las teorías de Einstein. Cada ópera despliega un tiempo teórico -unas tres horas de media-, pero ofrece a la vez un espacio temporal sujeto a las consecuencias de sus aciertos y fallos, convirtiendo todo tiempo en un concepto flexible. Así me pasó con el Tannhäuser o este Così, teoricamente largos, pero cortos desde mi experiencia; o con esa "página en blanco", que más valía que en blanco se hubiera quedado.
Del mismo modo, en un decurso de tres horas se puede uno tropezar con maravillas creativas o, al contrario, con las más manidas repeticiones de nanotemas tontos (me vuelvo a remitir al binomio così-página en blanco). En el caso del divertimento de Mozart, el genio llega a sentar las bases de la teoría de los juegos, sin precisar poner nombre a la invención: el dilema del prisionero de Dresher, Flood y Tucker, el epítome de sumas no nulas, aparece un cuarto de milenio antes en las suspicacias -lógicas, mire Usted-, de los otrora íntimos Guglielmo y Fernando, que dudan si -lejos uno de la vista del otro-, no aprovechará cada uno de ellos para tomar disfrute carnal de la novia del amigo. En otras palabras: separados ambos decidentes, la decisión pende de una adecuada y certera representación del desarrollo de los eventos. Si esto no es el dilema del prisionero, señores, que me parta un rayo.

En suma: como con todo, lo bueno es lo que cada uno de nosotros disfruta genuinamente. Este feliz trueque de corazones y sentimientos, germanizado por mor del austriaco Haneke. Esta ligera comedia de 3 horas que al espectador actual le trae recuerdos del Malkovitch de las amistades peligrosas. Este retrato de decadentes asediados por el tedio, Celestinas y víctimas que no lo son tanto, nunca dejará de ser actual. Es lo malo de los pocos genios reales que nos da la historia. Que siglo sí, siglo también, siguen abochornándonos con un gigantismo gemelo, a veces, de la presciencia.

Respecto a Haneke... ese Haneke que adaptó el castillo de Kafka (por cierto, con el fallecido Ulrich Mühe de la vida de los otros) y que acaba de ganar un Oscar por una complicadamente sencilla historia de amor en la senectud, hay que decir que a Mortier le ha salido esta vez el tiro por el cañón. No lleva una mala temporada, de hecho, en lo que a la selección de repertorio se refiere, y esta vez hay que agradecerle habernos traído a un Haneke cuya dirección de escena es gloriosamente teutona. Gran -que no grandilocuente- escenario que permite el desarrollo de diversos planos. Vestuario de consenso entre lo barroco y esos chaqués que tanto odio, y suficiente tributo -al menos, desde el punto de vista alemán, supongo- al humor que instila toda la obra. Al final Hazneke salió a saludar y, obviamente, enloquecimos (como cuando Tim Robbins).

Y finalizo aprovechando para dejar una reflexioncilla, al hilo de la última línea precedente. Con las obras escénicas en que mete mano un famoso, pasa algo muy curioso (rima y todo): la gente se come la obra que sea, con tal de poder aplaudirle cuando, al final, se digna salir al escenario a saludar. Es como si con cada libraco del Quijote regalaran un comic de la novela con la historia pintada por Simon Bisley, o un DVD con la serie en dibujos animados: nos gustaría ahorrarnos el coñazo previo para zambullirnos en los muñequitos, pero a veces no se puede. Pero al final, hemos estado con un famoso, y eso viste mucho en este país, mire Ud (soupir, que exhalaría Obelix)

Hala, ahí queda

L.