viernes, 16 de diciembre de 2022

Enganchados al dolor

Hay ciertos dolores que, de un modo u otro, enganchan. Y enganchan porque su recuerdo se enmascara de vida vivida, de sensaciones radicales, de límites traspasados o, cuando menos, desplazados un poco más lejos. Son los bellos colores que engatusan para accionar la trampa de la que despues resulta imposible salir. Y la memoria no nos ayuda a nosotros sino que, desleal, viste el recuerdo del periodo con el manto de las experiencias extremas, desechando que la vivencia concreta es de minutos, mientras que el marco vital de infelicidad en que se desenvuelve tan concreta experiencia se prolonga durante meses o, incluso, años.
Estamos en cierto modo enganchados a una cierta infelicidad, y de ella solo nos desembaraza un subconsciente sano que, consciente de la inminente autodestrucción asistida, activa el modo supervivencia.
Porque más vale convivir en paz -aunque sea solos- con nuestros propios silencios que caer, intentando infructuosamente llenar los silencios de otros que solo pueden vivir en un ruido continuo y urgente diseñado, precisamente, para no afrontar los ecos de sus propios silencios.
Y por mucho que lo intentemos, por mucho amor que sangremos, no contagiamos serenidad. Es el estruendo del otro el que, antes o despues, se mete en nuestra sangre.