lunes, 18 de octubre de 2021

De fractales y proporciones aureas

Toda actuación humana termina respondiendo al curso natural de las cosas, sea aquella individual o colectiva. Los movimientos bursátiles, los desplazamientos de las masas, los colectivos cazadores y cazados, los cada vez más efímeros ciclos de los imperios que se suceden… todo responde a un orden prefijado por la naturaleza, por mucho que pretendamos desvincularlos de sus designios y acercarlos a los nuevos panteones del libre albedrío absoluto, el liberalismo económico, los derechos sin obligaciones o la nueva divinidad de lo humano. Santo Tomás -que muy posiblemente fuera un descreído que usó la razón para volver a creer- acuñó la teoría de la causa última para llegar a la conclusión de que Dios estaba en el final de todas las respuestas. La naturaleza está al final de las pautas. Y así, con la perspectiva adecuada comprobamos que todo flujo y decisión humana responde a parámetros naturales. Si unimos suficientes fenómenos atribuidos al libre albedrío y los examinamos desde la suficiente distancia encontramos fractales, encontramos la variable aurea, los mismos patrones de las plantas, las mareas o los movimientos de seres a quienes no atribuimos libre albedrío. Lo cual no quiere decir que estemos predeterminados, o que no seamos tan libres como pensamos -de eso hablaré algun día, o probablemente, no-, sino que cuanto más nos desnaturalizamos, más toma cartas en el asunto la naturaleza.

Solo que nos hemos vuelto tan arrogantes que ya ni intentamos verlo.

jueves, 7 de octubre de 2021

los Gavilanes de Mario Gas

Algo habré hecho bien en otra vida para que esta me regale momentos únicos como el de ayer, en que pude asistir al ensayo final de la Zarzuela de Los Gavilanes, dirigida por Mario Gas sobre libreto de José Ramos Martín, con un Juan Jesús Rodríguez gigante en su papel de indiano que vuelve rico a su aldea para confundir la nostalgia del amor perdido con la infatuación por la copia actual. La escenografía, maravillosa, de un Ezio Frigerio que, aun roto físicamente a sus 92 años, demostró que el genio no tiene caducidad. Máxime cuando al vestuario te acompaña la leal Franca, compañera de vida y profesión durante más de 70 años. Una cosa son los efectos especiales y otra, muy distinta, los efectos teatrales: las gasas al viento haciendo de nubes; las superposiciones móviles haciendo de olas. Las  luces, la mecánica de los escenarios… esos efectos cándidos, maravillosos y facilmente identificables que nos devuelven la infantil capacidad de maravillarnos en un mundo harto ya de todo. Frigerio tiró de esa capacidad de maravilla, de sus paisanos Sironi y de Chirico y nos regaló el marco perfecto para una zarzuela amable, de esas que acaban bien, con todos felices comiendo perdices. Tan necesaria en una época como la que vivimos.
Gracias a todos los que la han hecho posible