jueves, 18 de febrero de 2021

El príncipe constante, de Calderón de la Barca (Teatro de la Comedia)


Como todos los primeros días, lleno hasta la bandera y la mayoría del público, del gremio. Saura, Silvia Marsó, Emilio Gavira... hasta el Pradesco Falomir estaba. Muchas expectativas ante una gran obra de Calderón y... adelantemos que nada que reprochar desde la exactitud en la retentiva de una obra tan ardua de recordar. El verso del siglo de oro, especialmente el de Calderón, es complejo por lo exacto y trascendente, y Homar no falló ni uno. Pero... y aquí vienen los peros del teatro actual.

En cuanto a la escenografía, el Príncipe Constante es la historia de una grandeza que se prolonga hasta después de la muerte. Y algo tan trascendente no se puede encapsular en cuatro paredes color Corten porque, sencillamente, queda encerrado. El verso no llegó ni a Dios ni al Diablo; de hecho, dudo mucho que siquiera pasara del techo artificial. Si no llega a estar ap quite una iluminación excelente para salvar la escena y la óptima acústica del Teatro de la Comedia, no quiero ni pensarlo. Porque el vestuario, si es que podemos llamarlo vestuario... para echarse las manos a la cabeza, oiga Usted -Moidele Bickel, vuelve a la vida y sálvanos, por favor-.

Un profesional como Lluc Castells, con las maravillas que ha hecho para las rotundas compañías catalanas, no se puede ventilar el vestuario de este obrón de Calderon acudiendo al manido traje de chaqueta moderno “para resaltar la atemporalidad y pervivencia de la historia contada” (que suelen decir en estos casos). Está bien que el Corte Inglés necesite negocio, mire Ud. pero no se, la verdad.... La verdad es que ya está bien, vamos, vaya desidia, así que mejor dejémoslo para seguir con la cuestión de la interpretación.
Una interpretación que se evidenció que era para un público de amigos. Tanto que en los diálogos, el reparto ni se miraba. Nos miraba (y nos hablaba) a nosotros. Vamos, que no se miraban entre los dialogantes ni por accidente.

Lluis Homar es gigante. Es un actorazo. Actúa como pocos. Pero recitar verso del siglo de oro, cuando eres uno de los grandes, va más allá de no fallar en la retentiva, porque se espera excelencia. Nada menos. Recuerdo, ha décadas, a los grandes maestros de la interpretación, esos que te seguían el ensayo y enseñaban con un triángulo de concierto que iban tocando, para transmitir al alumno que el verso ha de tener música. Ha de subir, bajar, emocionar... y no ser monotonal. Recuerdo a grandes maestros como Alicia Hermida (que sigue viva, señores de la academia, y todavía tiene mucho que enseñar, por viejita que esté), y si bien respeto ese currículum tan viajado e internacional de Vicente Fuentes, cada teatro tiene su idiosincrasia, especialmente el del siglo de oro. Porque el verso del siglo de oro tiene contenido, trascendencia, inteligencia y pasión. 
Veo las obras modernas de Robert Wilson, perfectas y llenas. Recuerdo obras de hace décadas como el Don Juan Último, Pelo de Tormenta, varios Prometeos...

Echo la vista a tan temprano como ayer, y algo falta.