lunes, 27 de febrero de 2012

Como era lógico, the Oscar goes to...

En palabras de Luis Martínez, Hollywood enmudeció a la obviedad. No haré sangre ni me pondré estupendo (más que nada por respeto a anónimo críticoconstructivo), pero ganas no faltan...

Nader Y Simin es, efectivamente, una película redonda, con un guión redondo y una semblanza de la diverdidad humana iraní igualmente redonda, pero un poco más de sal vital no la habría desdeñado

Felicidades a la premiada, por méritos propios.

jueves, 23 de febrero de 2012

Cross-genre steampunk , Albert Robida, los mitos Cajun y Higurashi no Naku Koro ni en breve

The Artist, de Michel Hazanavicius


Ayer fui a ver the Artist y, sinceramente, me deprimió.

Me deprimió recibir lecciones de los franceses sobre buen cine. Comprobar que en este mundillo cinematográfico patrio, donde parece no haber más temas que cárceles franquistas, malos tratos, violaciones de transexuales y pan negro, las perlas de imaginación solo vienen de extramuros.
Me deprimió no tener más remedio que enfrentarme a la mediocridad de nuestro cine ante el visionado de una obra maestra como el sueño de Hazanavicius, un perlón al que, por mucho que me esforzara, no pude encontrar ni un jodido pero. De verdad, que me entristeció: llevaba mucho tiempo ciego y, lo peor, sin recordar que una vez ví. Y el visionado de The Artist me jorobó la noche, el hoy y muy probablemente el mañana, precisamente por eso: porque te despierta del sopor castrado en que nos ha sumido la misma mierda cinematográfica que nos sirven, que no hace más que estrenarse una y otra vez, pero con distinto envoltorio. Y llega este accidente conematográfico, esta bella casualidad cósmica, este milagro termodinámico, y te arranca del sopor, te sacude violentamente hasta que no te queda más renmedio que abrir los ojos y afrontar que, una vez, hubo belleza.

Una vez, hubo Fred Astaire y Ginger Rogers bailando al son del Cheek to Cheek,
Un hombre tranquilo que acabó enamorando homéricamente a la hermana de Willy Danaher
Un buen gangster -pelín obsesivo con las naranjas- que obró un milagro en una Bette Davis monstruosa por lo inalcanzable
Un candidato a Prime Minister que renunció a todo para reencontrar la paz en el Shangri-lá
Un malvado predicador de puños tatuados y falta absoluta de escrúpulos
Un sheriff valiente, solo ante el peligro
Un angel pelín borrachuzo que se encontró a sí mismo, mientras intentaba salvar a George Bailey de la desesperación
Un Robin Hood bello y valiente, que salvaba a la doncella Marian
Una quimera del oro
Un trineo no del todo olvidado
Una luna tuerta de un cohetazo en un ojo, y un Segundo de Chomon que hacía escaleras al cielo
Dos carotas que se colaron disfrazados de mujer en un tren lleno de cabareteras
Un hueso de brontosario: el último para completar el esqueleto entero
Un halcón maltés
Un temible inspector general: (bonapartiano, no del CGPJ)
Un prisionero de Zenda
Una novicia que de pronto se encontró con un montón de niños cantando Edelweiss
Un general Custer que hizo todo lo que pudo, per no fue suficiente
Un cubano exiliado que murió atascado de su propia droga
Un alcalde nuestro que es, que nos iba a dar una noticia desde el balcón del Ayuntamiento
Un pueblo en que los papeles se repartían en votación: desde el de alcalde, hasta el de adúltera, y en que los hombres ´brotaban de la tierra
Unos tacones lejanos
Naves más allá de Orion y rayos T en las orillas de Tannhauser
Angeles intentando ser humanos en la Alemania del muro
Partidas de ajedrez con el segador
Un sueño de Alejandría
Letras pi y letras Z
Unas fresas, salvajes
Cintas blancas
...

Menos mal que nuestra "candidata" logicamente no pasó ni el primer filtro de los Oscars: haber posado al lado de el gigante que vi ayer no habría hecho sino aumentar la vergüenza de todo espectador con dos dedos de frente. Pero en fin, el que no aprecia el traje nuevo del emperador, es que es tonto.

Gracias por recordarme que, aun hoy, sigue brotando belleza de algún que otro proyector de 35 mm

martes, 21 de febrero de 2012

"Hasta el fin del mundo" El Blade Runner de Wim Wenders

Hay tres Road Movies que no puedo -ni quiero- dejar de ver: Priscilla, reina del desierto; the Fall, de Tarsem, y "hasta el fin del mundo", de Wim Wenders. Y todos ellos por una combinación de guión, fotografía, ubicaciones y Banda Sonora que me sorprende hasta el punto de que no pierden nada de su magia si uno cierra los ojos y, simplemente, escucha esa mezcla de diálogos y canciones alquímicamente mezclados que demuestra que la piedra filosofal, de vez en cuando, sí se encuentra.
Para mí, Hasta el fin del mundo es el Blade Runner de Wenders (los niños pigmeos de Camerun). El futurismo de Ridley Scott no es el de Wenders, pero si mezclamos la música de Talking Heads, el completo rol de Solveig Dommartin (a millas de Sean Young), el malogrado por finalmente adictivo sueño de ovejas mecánicas de William Hurt y la suave cadencia de 3 horas de película, sale una película que solo se complementa con la obra magna de Ridley Scott.
El Opus de Wenders es un compendio de frases como "solo quiero que mi madre vuelva a ver, y demostrarle a mi padre que le quiero"; una banda sonora que recopila lo mejor de los 80, y un paseo por el mejor paisaje: el humano. Podría decirse que HEFDM es una road movie por las carreteras que dibujan los peculiares surcos de cada raza. Un coast to coast desde las voces de los niños pigmeos hasta el bello vacío del esopacio, pasando por sanadores japoneses, comunidades maoríes y osos rusos, en una suerte de sinestesia mágica cuyo producto es, simplemente, una tranquila sensación: la de quien ha viajado con unos protagonistas, se ha asomado a los acantilados de la mente y, aliviado, ha podido volver a la seguridad de lo conocido enriquecido por nuevos conociientos. De ese modo, Khavafis se torna en otro soñador Max von Sydow, y entona un mea culpa que todos podríamos asumir: el de quien, queriendo salvar a quien más quiere, casi condena el mundo. Y así, la máquina de plasmar vivencias que pueden ser vistas por los ciegos se trastoca, se pervierte, hasta encerrar a los soñadores en las profundidades de cada sueño que encierran en la pequeña pantalla que,por adictiva, casi destroza el alma de los dos protagonistas: es la adiccion a los propios sueños, que nos muestra, en palabras del narrador, que "es imposible encontrar a un hombre perdido en el laberinto de su propia alma"

Véanla: con paciencia, indulgencia y música.

D.

miércoles, 15 de febrero de 2012

La prisionera de la torre Manaca Iznaga


La historia de Cuba ha sido, desgraciadamente, muy similar a la del Sur de los Estados Unidos. Si viajáramos a la primera mitad del XIX y comparáramos el Valle de los Ingenios azucareros de Trinidad con las plantaciones de algodón georgianas veríamos que eran idénticas, como poco, en tres elementos: esclavos, sudor y crueldad.

La ciudad cubana de Trinidad -para mí, la más bella de la isla- era una ciudad de poder en la que, al igual que San Gimigniano, los grandes señores competían en mostrar su influencia alzando al cielo las nuevas torres góticas, a cada cual más alta, nuevas catedrales al nuevo Dios comercio, de tal modo que si superpusiéramos el campanario de Burgos, la Tara de Scarlett, la Manaca Iznaga y cualquier torre de la villa toscana, el encaje sería, tristemente, perfecto, leyéndose del mismo una palabra: poder.
Del mismo modo, las historias de los Borgia, los secesionistas sudistas, los príncipes mercaderes venecianos y los grandes señores azucareros cubanos encajan, repitiéndose: como mezcla, valga el botón del médico trinitario Justo Germán Cantero, caballero de la Gran Cruz de las Órdenes de Carlos III y de Isabel la Católica, Cruz de la Flor de Lis de la Vendée y que comenzó siendo el médico de confianza de la poderosa familia azucarera Borrell (la del conocido Jose Mariano Borrell y Padrón); cuyo patriarca por entonces, Pedro José Iznaga y Borrell, casualmente fallecería a causa del arsénico suministrado por tan afamado doctor para tratar una úlcera. Doctor Cantero que, oh fortuna, no tardaría en casarse con la entristecida viuda, Doña María del Monserrate Fernández de Lara y Borrell, para formar la dinastía Borrell-Cantero, solo igualada en fama y poder por los temidos Iznaga (no olvidemos que el antecitado don Jose Mariano Borrell, propietario del ingenio Guaimaro, obtuvo en el año 1827 la zafra -produccion de azucar- mayor del mundo en la época, superando ese año el millón de Kilos.

También los Iznaga, los constructores de la Manaca Iznaga, en el ingenio del mismo nombre, que se dice tiene su contrapunto justo debajo de ella, donde el segundo hermano habría construido, enterrada, otra torre de la misma altura que la que retaba al cielo, solo que ésta, la subterranea, apuntaba hacia el Malevoje. Y en esa torre, se cuenta, fue encerrada la bella nativa que tuvo la desgracia de enamorar a los dos crueles hermanos Iznaga y que, ante la opción de vivir en la torre celeste o la torre enterrada, optaría, a su eterno pesar, por la primera, de donde nunca saldría por los celos de su esposo a ser robada por su hermano:

Desde esta torre elevada al cielo y al infierno llorabas tu desgracia, esclava dos veces, de tu señor, y de tu hombre. Castigada, como el sultan viudo de Agra, a ver las maravillas de tu alrededor sin tocarlas: a oler la libertad tras los muros que tan cerca te encerraban. A soñar, esclava, vestida de seda y joyas, envidiando la libertad de la muchachita que, en andrajos, tejió tus telas de reina

niña maldita, maldita esclavitud, maldito azúcar
pobre Cuba

martes, 14 de febrero de 2012

Follies (o el último la la lá de Massiel)


Hay veces en que flores de un día, tras décadas marchitandose aburrida y cruelmente, entonan un canto del cisne que, por inesperado, deja impávidos a aquellos pocos que casualmente se encontraban en las cercanías en ese momento, por cualquier otra razón.

El viernes, Cachi tuvo a bien invitarme a la première del musical Follies, y el "I am still here" de Massiel/Carlotta Campion, dejó al público con la agradable sensacion de quien súbitamente recupera un dulce recuerdo de infancia, un suave sentimiento, un olor olvidado: de esos que, en su día, nos hicieron felices.

Follies, del gran Sondheim, es el musical de los musicales, el encuentro de quienes ya vivieron con sus fantasmas de juventud, el reencuentro con el yo joven que, olvidado, no pensaba rebrotar. En la noche previa a la demolición de un viejo teatro, las estrellas que lo hicieron vibrar 30 años antes se reencuentran, más viejas, más olvidadas, pero todavía vivas, "siguiendo todavía aquí", como nos recuerda una Massiel impresionante en lo que es uno de los himnos de toda resistencia al olvido. Artistas que vivieron y sobrevivieron la crisis del 29, la toma del París del Mouline Rouge, las dos Koreas, el Macarthismo, Bahía Cochinos, la crisis de los misiles y, cómo no, el la la lá de una jovencita de blanco que, gracias a Dios, revive con fuerza y una voz de casi Gospel en las noches del Calderón junto a la plaza Santa Ana.
Si todavía queda fuerte belleza, es que queda todavía la bella fuerza de la esperanza