miércoles, 18 de enero de 2012

Nunca cambiamos

Seguimos siendo los mismos niños que, por miedo a ser los próximos en ser humillados, nos unimos, serviles, a las voces de los abusones, y no dejamos de meternos con el débil de la clase, el tonto de la clase, el especial.

A raiz de una conversación con Miguel en el pasillo, he recordado uno de los personajes tan personales que deambulan por mi vecindario: no son los hermanos heavies. Tampoco, el chico del baseball, el ancianito que publicita el restaurante donde se come tan bien o el señor de los perros. Este es un chico tímido y triste que intenta ser mujer. Este chico claramente no es uno de esos transexuales de éxito, operaciones carísimas y modelazos. Este chico que viste de mujer ni siquiera sabe maquillarse bien; se viste torpemente, a trompicones, y nunca le sale, ni la raya del ojo, ni el conjuntado de los colores chillones que me lleva. Pero lo que sí le sale bien -y creo que mejor que a nadie que yo haya visto- es la mirada más triste y asustadiza que he visto nunca: la mirada precavida, fugaz y elusiva de quien, acostumbrado a que se metan con él todos los días -cada minuto, cada segundo-, sabe de seguro que le va a volver a caer la hostia, la burla, el sarcasmo... y solo desconoce el segundo concreto del minuto que, en ese preciso momento, está intentando sobrellevar.

No nos reímos de los transexuales de éxito, de los gigolos que reciben en el apartamento de Torrepicasso ni de los gilipollas que, no tan gilipollas, se forran dando sus doctas opiniones en La Noria o tuiteando sus reconciliaciones. Solo nos reímos de quien pensamos que podemos: de los débiles que no se van a revelar, de los hundidos que apenas pueden sacar la cabeza del agua para seguir respirando. De las pobres prostitutas que, en pleno pozo de la droga, venden sus machacados cuerpos (lo que queda de ellos) para sacar los 10 euros del próximo pico. De los que intentan cantar o hacer lo que piensan que mehjor saben para que les demos los 20 centimos de mierda de la vuelta del metro. Del señor de 70 años que, intentando tirar, se maquilla de payaso y se convierte en el verdader Pagliacci, que hace llorar con su vejez, su tristeza y su boca pintada de rojo desesperación.

Qué valientes somos, qué machos somos, qué hombres... Cuando, al final, lo que estamos es recordando cuando se metían con nosotros en el recreo, tantos años ha, y volvemos, una vez más y como si no hubieran pasado ya 40 años, a intentar desviar la atención de los que nos rodean, para que no nos miren con un mínimo de atención y, al fin, se den cuenta de que los verdaderos objetos de ridículo no debiera ser el mimo, el chico que intenta cambiar o el gangoso, sino nosotros.

Al final, en algún sitio, serán ellos quienes rían los últimos. Pero mientras eso llega, que Dios ampare al próximo hijo de puta que, delante de mí, se ría de mi chico que quiere cambiar -quizás volar a otro sitio mejor, donde, ya, no se rían de él-, y no le dejan.

miércoles, 11 de enero de 2012

Ya de vuelta

... Es cierto que se han pasado más de dos semanas sin escribir, pero circunstancias absolutamente imprevistas me han obligado a centrarme: tanto en los míos como en lo que, sin ser mío, me dijeron que podría haberlo sido. A fecha de hoy, estabilizadas las primeras y olvidada la ciencia-ficción de lo segundo, supongo -sólo supongo- que vuelvo a ser un poco yo. Ahora bien, es en circunstancias como éstas en que se constata la inderogabilidad de ciertos asertos que ni el supremo órgano de control de constitucionalidad puede inutilizar:

a.- Las desgracias nunca vienen solas, las jodías.
b.- El trabajo no se va de vacaciones
c.- El tiempo pasa que se las pela
d.- Todo el mundo envejece
e.- Los kilos, como el resto de las cosas, se cogen fácil, pero se sueltan con dificultad
f.- La política suele ser solo política
g.- Los platos no se lavan solos
h.- El lavadero puede ser visto por ciertos microrganismos como un Eden donde comenzar una nueva civilización (el cuarto de baño, también)
i.- En la próxima reencarnación, cambio el papel de inasequible al desaliento por el de cabrón al que le perdonan todo porque "es que el pobre es así": manda huevos, que diría Don Federico

Todo lo cual no obsta, pongo de manifiesto, a que os desee un feliz 2012 con pinta de que lo vamos a pasar bien. Que sigamos todos por el barrio, y con salud. Más, no necesitamos

L.