jueves, 29 de septiembre de 2011

Adeu, corridas en Cataluña, adeu

Como el blog lo hago yo aunque sea de todos, y creo que tal presupuesto ha sido minuciosamente respetado -aun a riesgo de haber sido llamado de todo en ocasiones-, me veo legitimado para poner mis opiniones, y luego que me las rebata quien quiera.
Estamos locos. Si a mí me dieran a elegir entre la vida humana más "insignificante" (entrecomillo porque no hay vida humana insignificante) y la Gioconda, quemaría ese cuadro que, al final, no es más que eso, un puñetero cuadro -y les habla un coleccionista de casi todo-. Pero abolir las corridas de toros en Cataluña, cuando casi simultaneamente se ha autorizado por la Generalitat la matanza de miles de jabalís llegando a usar venenos me parece, cuando menos, un poco incoherente, ¿no?.

Respeto a los agricultores, pero leche, creo que el mismo respeto se merecen todos los profesionales que vivían del toreo, y éstos no son solo los empleados directamente como consecuencia del negocio taurino, sino los hosteleros, los reventas, los que se sacaban unas pelillas ayudando a los guiris a conseguir entradas, los Tour operators que organizaban las excursiones ex profeso a la Monumental. Los dueños de los bares de la zona, los carniceros, los vendedores de puros, aguas, almohadillas y patatas fritas; los fabricantes de abanicos, los impresores de la cartelería, señalética y entradas... No todos los que van a perder con esta prohibición son empresarios taurinos o ganaderos de Lamborghini, picadero y rubia oxigenada con abrigazo de visón: también perderán -y más o todo, porque éstos no tienen asesores financieros-, los camareros de los baretos que te ponían la tapita antes (o después) de la corrida, los que echaban la manta con sus cuatro cosas para vender a la salida de la Monumental y otros tantos. Pero no importa, que les jodan, ¿no?

Pero qué más da: lo importante es quién ha ganado el pulso (porque de los toros, de los toros, en realidad... ¿se ha preocupado alguien en serio? no me joroben y, al menos, seamos consecuentes)

El nene

miércoles, 28 de septiembre de 2011

Momento de tranquilidad

Cierro los ojos y sólo los abro para contemplar el candor de la inocencia que se esfuerza. Y descanso, en este laberinto de desconciertos, en este baile a veces estúpido. En esta huída hacia adelante, desbocada a mil caballos de potencia: por ahora, sin ningún obstáculo que, una vez más, me haga volar y dar otras siete vueltas de campana (aunque esta vez, dudo que las sobreviviera)

Es difícil...

... Estar a todo cuando, continuamente, oyes algo que no quieres escuchar: un susurro, una suave canción que te avisa de lo que estás descuidando, que es aquello que, por mucho que lo ignores, no desaparecerá.
Intentamos huir, distraer, eludir lo que nos hace daño. Aquello que no nos queda más remedio que decidir, pensando que el tiempo -el gran amnésico-, lo arreglará por nosotros. Y nos sumergimos en alcohol, en el trabajo, en las mentiras, en las aventuras que nos dejan sedientos de trascendencia. En problemas estúpidos que engrandecemos para tener algo con que ocupar el tiempo.
Pero la voz no se calla: simplemente se desplaza del oído al sueño y, de día, del sueño al corazón, al que no podemos callar. Porque si le callamos, moriremos la muerte que tememos afrontar; el olvido supremo, aquel que no podemos paliar ni enfrentar recordándonos a nosotros mismos. Y por eso tenemos que seguir oyendo la jodida voz: que no es la de la conciencia (ya quisiéramos nosotros), sino la de la realidad, la del tiempo que apremia, tiempo que se acaba, que se agota, que fluye como arena entre las manos de un niño que, inocente, piensa vaciar la playa cubo a cubo.

Y en esa zona gris vemos nuestras huellas, continuamente borradas como si estuvieram estampadas en esa misma arena, vulnerable y sumisa al capricho de los gigantes; como palabras escritas con agua en el suelo del palacio de verano de Pekín; como la última representación de una obra de teatro ante un público de enfermos de Alzheimer. Y la voz no cesa. Y esperamos que quien quiera que la profiera se calle o se muera de una vez. Pero una mañana nos miramos al espejo, sobrios, especialmente despiertos... Y vemos que somos nosotros los autores de esa voz que no cesa: muertos en vida, vivos en muerte, en hibernación imperfecta (pues la arena del reloj sigue cayendo); en continua oxidación por los fotones que, saliendo de nuestra alma, rebotan contra una piel que hemos endurecido hasta no sentir nada. Y así hasta que ya no podemos más, y nos tiramos por el acantilado, nos tumbamos a esperar la muerte, la provocamos haciendo que el hígado -o el cerebro- exploten o, al fin, afrontamos el gran miedo, distinto en cada uno de nosotros...

A fecha de hoy, solo he visto un ser valiente como para afrontarlo. Y era un niño.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

cinco de la mañana sin poder dormir

La última bomba atómica no será peligrosa
no nos esconderemos debajo de las mesas: saldremos al último día del sol
y, mirando el cielo, intentaremos descubrir la armonía de los últimos sonidos.
Nosotros, desnudos,
respirando
destruimos universos que ni siquiera conocíamos,
y las lágrimas no nos sirven para nada más que ver con más claridad
la desrucción que causamos.
No necesitamos
-no queremos-
paz.
Sólo no sentir
no sufrir
no doler
no mirar
no llorar
no oír.
Silencio, de noche y en el día que no acaba
una noche completa
en que
ya
nada se puede oir
porque nada queda
salvo
¿... algo...?
¿... lejos...?
¿...música...?
¿El sonido de un viejo album de fotos al cerrarse por última vez?
La electricidad estática y los rasguños del tiempo de un disco de pizarra de Gardel
que
sólo
era el único adorno de la casa que se derrumbó
sepultando
voces
recuerdos
cuadernos con notas ya borradas
camisas con el sudor de quienes ya no sudan
relicarios vacíos
lastas de ungüentos que una vez curaon
espejos ciegos
crucifijos de pasta de marfil
un trozo de menhir olvidado en el vale de Paredes
la cuerda de una guitarra, quemada por los extremos
una llave sefardí
la bandera raída conquistada al caído de una guerra
la cruz de caballero de Marseille
el cuadernillo que saint-Exupery llevó a su último vuelo
un vial de lágrimas de unicornio tras asomarse al mundo real
la primera botella de Coca cola
la convocatoria de plazas para el Gaff.
Una voz suave de mujer atrapada en una gramola diminuta
cantando una nana para mayores
-que la necesitan mucho más que los niños-.
Una carta de ajuste desajustada,
un laud.

Perlas hechas con lágrimas,
engarzadas en el collar del Señor de la suave monotonía,
del dulce olvido,
de la buscada y temporal ceguera del ojo, pero claridad de alma:
porque sólo en la oscuridad podemos ver la luz que no se ve,
oir la respiración,
la cadencia de los latidos,
la voz dulce, secreta e inamovible
de quienes sabíamos que no podían irse.
Capturar el último átomo vivo de aquel recuerdo que,
olvidado hasta hoy,
pequeño,
nos devuelve a la infancia.

Busco,
aspiro,
intuyo,
casi agarro lo que siempre se me escapa
y sólo en la madrugada,
en silencio,
consciente de que nadie hay y nadie está
pierdo una vez más lo que quizás nunca pueda alcanzar,
y la tristeza es mucho peor,
porque me habla del miedo de nunca ver,
nunca descansar,
nunca finalizar lo que ya solo quiero que empiece.
y lloro
y ansío
y rezo
y quiero
pero no quiero.

Y ese dolor
que duele tanto que no duele
lentamente
se apaga
como una canción triste
que canta un niño debajo de una mesa
esperando que el temblor pase,
que la bomba caiga
que ya nada pase
que quien le está soñando, despierte.

lunes, 19 de septiembre de 2011

El mar del antes, del durante y del después


El mar no es infinito, sino Eterno
Hecho de tiempo -no de olas-
de un tiempo cuyo fin no puede vislumbrarse, solo temerse,
(porque el día que el mar termine, ya no quedará nada).
El mar no es cruel, ni bondadoso:
es justo y, a veces, se ha de plegar al capricho de la única fuerza que le es superior:
la del peso de los universos, el peso de la luna a que adoraban los cazadores, los Moche, las sacerdotisas.
El mar no canta, ni susurra: ruge, o calla.
Las orillas del mar son tiempos olvidados a los que no se puede volver, una vez visitados. Eternamente cambiantes, ni esperan ni perdonan.
Testigos cruelmente imparciales de la sangre que se virtió en sus orillas,
de la lava que cristalizó en sus fondos,
de la lenta podredumbre de sus ahogados
de las canciones de las sirenas de Ulises
de los tesoros que, dormidos, ya no esperan a nadie
de la ira de los piratas
la desazón de los perdidos
la esperanza de quienes lo cruzaron buscando un futuro mejor
el sónar de los submarinos y el canto de las ballenas
la caza,
la luz de los peces abisales
la oscuridad de los pozos sin fondo
los otros mundos que laten al otro lado de sus fosas
las ciudades hundidas
las casas habitadas de corales
los restos de las focas que matamos
el ámbar gris
el semen de las ballenas
el semen de cada ahorcado de un palo mayor
el báculo de Moisés
los libros de Alejandría
la cámara de ámbar de San Petersburgo
los códigos de la Atlántida
el fuego griego
el aceite de piedra fenicio
las balas de los cañones españoles
los vestidos raídos de las damas que arrojaron a los tiburones
los juguetes de las niñas del Titanic
El oro de los dictadores

El mar no se venga, pero tampoco perdona:
no puede.
Y por eso, algún día, volveremos al mar del que salimos,
pero,
ese día,
no será en millones de años de evolución, sino en un suspiro,
el último

domingo, 11 de septiembre de 2011

Para Alex y Berta, con cariño

Neruda decía que podía escribir los versos mas tristes, esa noche. Yo, hoy y al contrario que el genio, podría escribir no los más buenos, pero sí los más alegres.
También podría recitar -casi  de memoria- la Epístola de San Pablo a los Corintiosa (esa de que el amor perdona siempre, no es egoista...), que siempre viene bien, o hacer una emotiva reseña de la vida y andanzas de A. y B. Pero creo que eso sería, por logico, usual y esperable, poco para estos 2 chicos.

Mi corta experiencia me dice que, por mucho que nos esforcemos, y busquemos palabras y frases esplendidamente complejas, al final son siempre palabras sencillas como gracias, querer, luz, bello... las que, usadas con la sinceridad de la sencillez, se convierten en eternas, y por eso nunca pasan, ni se olvidan.

Por eso, no me he preocupado por mirar diccionarios, citas o vidas memorables cuando, si caminamos en linea recta lo suficiente, siempre llegamos al mismo punto de partida: porque el mundo es redondo y, por ello, sin fin. 
Tambien por ello, aquí, y ahora, me bastan tres ideas para compartirlas con todos vosotros, aunque se que ya las sabeis:

- Que en esta boda no aprendemos nada nuevo, porque todos sabemos que A. y B. se quieren, casi desde siempre

- Que, eso sí, estamos aquí para celebrar de una puñetera vez por todas esa conciencia de que A. B., alterando las reglas de la matemática,  no son dos, sino tres: A.,  B,  y A&B

Que vemos cómo, segun pasan los años, cada vez hay mas poca gente que de verdad se quiera. Y lo que presenciamos hoy, en A y B, no cabe más remedio que celebrarlo: hoy, especialmente, pero tambien cada vez que les veamos, porque cada día que pasa, este mundo necesita mas que nunca la demostracion de que todavia queda gente que siente de verdad: que llora de verdad, que ama de verdad. Muy, muy poca, pero alguna queda gente de esta queda, como estos señores.

Por eso creo que nos hemos acercado hasta aquí, desde Madrid, Miami, San Sebastian... Para darles las gracias por ser así y pedirles por favor que no dejen de darme, de darnos, el ejemplo de cariño, compañía y lealtad que respiro siempre que les tengo cerca. Hoy celebramos juntos lo que ya sabíamos, es verdad, pero, sobre todo, lo que nos regalan, gratuitamente, siempre que estamos con ellos: la verdadera conciencia de que, en este puñetero mundo, todavía queda belleza, honestidad y corazón.    

En cierto cuento un viajero, consternado, preguntaba al enterrador como es que en todas las lápidas ponía que tal o cual persona había vivido 2, 3, 4 años... Y ninguno de los muertos superaba la niñez, a lo que el viejo le contestaba que ellos solo apuntaban el tiempo vivido realmente, no el otro. A y B. han vivido cada minuto hasta el punto de que, en ellos, el tiempo verdaderamente vivido coincide con el cronológico, y cada minuto con ellos lo vivimos, nosotros tambien, de verdad: porque nos contagian lo que sienten entre ellos y, queriendose, nos quieren, y nos recuerdan que vivir no es respirar, sino sentirse vivo. Gracias por recordarnoslo, y no dejeis de hacerlo nunca.
   

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Pacino, Wilde, Beardsley y Luis Antonio de Villena


Como era lógico, tenía que hablar del Salomé de Al Pacino, tan similar en concepción a su mítico looking for Richard, pero no tanto por lo bien que queda hablar de esto, sino porque, a veces, el hado acaba juntando a gente excepcional de distintas épocas, en el mismo espacio e, incluso, en el mismo tiempo. Y como son casi las nueve, sigo en el curro y todavía tengo que hacer un informe, lo suelto crípticamente unido para que el que quiera, lo digiera.

Adoro los dibujos del "depravado" Beardsley que, apóstol del decadentismo, acabó sus días aferrado a una Biblia y a las obras de Santa Teresa. Beardsley hizo los dibujos para el Salomé de Wilde, a quien adoraba pero que, seamos sinceros, no acabó de quedar muy convencido con los dibujos. Wilde, conocido -y reconocido- homosexual de época, sufrió en sus carnes el escarnio no tanto de su orientación sexual, sino de haber metido mano a quien no debía -el hijo de John Sholto Douglas, AKA noveno marqués de Queensberry-. Cosa que también debió haberle ocurrido a Luis Antonio de Villena en los primeros tiempos de la movida (no tanto el meter mano, cuanto el sufrir el peso de su tempranamente reconocida homosexualidad, también dandy), más o menos por el tiempo en que escribió el prólogo para decadentes de la edición que Lumen sacó de la obra de Beardsley. Libro que se encuentra muy cómodo en mi casita junto con la reciente (y barroca) edición en lengua hispana del Salomé con los dibujos de Beardsley, que consultó al Pacino para hacer su reciente película:
a ver cuándo viene a España (la peli, no Beardsley), que ganas no faltan de verla.

Páselo Ud. bien en Australia, mi querida V.

... Un placer avoir fait votre connaissance, que diría cierto marsellés por Ud. conocido

martes, 6 de septiembre de 2011

la silla de J.

Hoy, la silla de J. cumple 20 años. Y aunque no nos dimos cuenta, este mediodía no hemos ido tanto a verle a él cuanto a dar gracias, en secreto, a su silla. A J. hace 20 años le dejaron sin coordinación de cintura abajo, y desde entonces ha luchado como ha podido contra su cuerpo y, sobre todo, contra la consciencia de que para él se acabó la vida tal y como era. Y es cierto, se volvió un cojo pelín puñetero, que se dice... bueeeno: no puñetero del todo, pero sí un poco insoportablote de tanto en tanto, echando pestes de toda la clase política tres veces al día - y no sólo en arameo, también en latín y griego clásicos, que para eso es catedrático de tales lenguas-.

J. ha estado alrededor desde que tengo memoria: fue compañero de mi padre, y le recuerdo en la piscina de Villaviciosa, presumiendo de atleta en su bicicleta estática mientras nosotros engullíamos con placer las croquetas de bolsa y el Danone de chocolate que allá, a principios de los 80, todavía eran primicias burguesas que mis papis me vedaban por hacer daño al estómago (después me vengué, de ahí los 78 Kgs. embutidos en mi exiguo 1,70). Luego llegó lo de la operación seguido de un paulatino e imparable deterioro físico que nunca pensaría que se ha prolongado durante 20 años. Pero ni la rehabilitación en el centro de parapléjicos de Toledo ni el progresivo deterioro motriz, las sondas o los 7 calambres diarios en todo el cuerpo le impidieron nunca coger el coche (debidamente preparado, se entiende) y llevarme de excursión por las cooperativas manchegas a buscar buen vino, encontrar restaurantes de toda la vida con buenos menús del día o, incluso, acompañarme en Tomelloso cuando más necesité a los míos.

Un buen día, dejé de pensar en J. Al menos, dejé de pensar en él todo lo que debía. Y hoy mi padre, harto ya de mutismo, nos embutió a mi hermano y a mí en un taxi y nos llevó a verle. Y ahi estaba él, con su silla de 20 años. El único problema es que la silla parecía flamante, y el que había envejecido sus 20 años más los 20 de la silla, era él. Y me he puesto a pensar lo hijos de puta que podemos llegar a ser, y cómo podemos anestesiarnos sin morfina ni nada, acallando las voces de aquellos a quienes una vez necesitamos pero ahora, por incómodos, simplemente dejamos aparcados. Y aparcar una silla es tarea fácil: lo difícil es aparcar el jodido martilleo que lleva arrancándome el corazón desde las cuatro de la tarde, y no me deja olvidar lo que he visto.

Felicidades, silla de J. Me gustaría que no estuvieras, pero eres tú, junto con la paciente F., quien ha estado, no yo. Pero no hay problema: conociéndome, mañana seguro que se me ha pasado, y ya no sentiré la losa encima que, a fecha de ahora, apenas me deja respirar.

Mañana, vuelta a pensar en pasarlo bien, en chicas y en todo lo que vale la pena, que ni yo ni nadie de mi generación hemos nacido para pasarlo mal. Aunque, en un cuento antiguo, creo recordar que un niño cortaba en dos la manta que su padre le había dado al anciano abuelo al abandonar a éste en la montaña para morir, y cuando el padre le preguntó a su hijo por qué dejaba al abuelo con sólo media manta, el niñó contestó:

-es que la otra mitad te la guardo para cuando sea yo quien te deje aquí.

El perdón y el olvido

Seguimos crispados. Con unos, con otros y, muy especialmente, con nosotros mismos. El jodido paro continua subiendo, la Lagarde y el franco suizo nos están penetrando por todas las fronteras, los líderes sindicales que tenemos al fin comienzan a mostrarse como lo que realmente son, id est, un hatajo de chupópteros que, sabiéndose descubiertos, están intentando ponerse a cubierto de la justa ira de los trabajadores... Y en medio de esta olla a presión en que nos hemos convertido, no soy capaz de ver ningún espacio, ningún momento, para la paz. Por eso me limito, hoy, a hacer un llamamiento de comienzo de año (porque el año comienza en septiembre, no en enero), a la paz: y con nosotros mismos, la primera. Con los demás, después.
Me ha tocado presenciar y sufrir, por bastantes motivos, un incremento de tensión humana que, si no logramos canalizar, temo nos lleve al casi-desastre colectivo. La gente contempla con mirada perdida un futuro que se nos ha ido a todos de las manos, un panorama que ya ni siquiera es desolador, porque se antoja, como el peor de los escenarios posibles, perdido. Si el lienzo fuera negro, podríamos cubrirlo con una nueva pátina y volver a empezar, pero es que el bastidor se ha caído a una sima de la que con dificultad podremos recuperarlo. Por eso necesitamos paz. Y no la paz de los líderes, los visionarios o los papas, sino la verdadera paz, que es la que viene del perdón y del recuerdo, no del olvido o, ya que estamos, la memoria. Porque el olvido es la muerte eterna de lo que pasó, y la memoria se usa para almacenar números (de muertos) o datos (de injusticias), pero no para aprender del pasado que no se debe olvidar. Necesitamos sentarnos con nosotros mismos y bucear en nuestros recuerdos para encontrar los momentos en que fuimos felices y, localizados, intentar revivirlos hoy, ahora: para recuperar la felicidad, que yo entiendo como pequeños y concrtísimos momentos en que logramos reconstruir la armonía del Universo en nuestras vidas.
hay pequeños momentos, cortos e intensos, en que miramos lo que nos rodea, nos miramos -desde fuera- siendo uno con lo que nos rodea, y en ese momento somos felices, porque percibimos que, al fin, todo está, y está bien, como debe estar. Y en esos momentos recordamos todo lo bueno, y perdonamos lo malo que, momentaneament, no desaparece, pero sí se aparta para dejar lugar a un sentimiento de tanta intensidad que llena todo lo que nos rodea. Y entonces, todo queda perdonado, porque sin perdón, no podemos ser enteramente felices.
Recuerdo aquella muerte de un viajante con Pepe Sacristán gigante, tremendo, que habría emocionado al mismo Miller y dejado en nada al gran Mamet. Y ahí, en el momento álgido de la obra, me di cuenta de que podemos perdonar a las personas sin mayor problema, pero lo que no podemos perdonar son las injusticias. El hijo del viajante, roto, seguía queriendo a su padre, pero el recuerdo de esas medias que el infiel regalaba a su amante mientras que su madre tenía que remendárselas, no le dejaba ser libre: y el hijo amaba a su padre, pero no podía olvidar las medias nuevas en contraste con las de su madre, llenas de remiendos que acabaron trasladándose al corazón del hijo. Por eso tenemos que aprender a perdonar sin olvidar, pero sin almacenar en la memoria ningún libro de rencores. Y por eso hoy, que volvemos todos (y yo, espero, al blog), esforcémonos por aceptar que hemos de perdonarnos a nosotros mismos, volver a empezar con el recuerdo de lo que hemos de mejorar y encontremos, de nuevo, el pequeño momento en que el universo bajó a nosotros y nos dió su armonía. Recuperémosla, y comencemos a construir, no desde cero, pero sí desde la ilusión que da saber que las oportunidades de ser, de hacer mejor, sí existen.
D.

viernes, 2 de septiembre de 2011

Desactivada la (momentanea) moderacion de comentarios

Siento el temporal atentado a la libre espontaneidad, pero despues de que un sujeto/sujeta tuviera la feliz idea de colgar mis datos personales en mi propio blog, no podía arriesgarme a que eso pasara durante mi mes en la meca de la censura, id est, sin poder remediarlo. A partir de ahora, y como siempre, lo que escribais aparecerá directa -e incontroladamente- publicado.
Saludos varios,
L