Erase una vez una casa especial,
donde lo que mas había era gente que nunca había vivido en casas.
Y por eso, no sabían para qué servían
los interruptores que hacen nacer la luz,
los pomos que abren las puertas
o,
sobre todo,
los electrodomésticos donde se mezcla lo que luego alimentará a muchos.
E iban aprendiendo
-los que aprendían-
a base de intentos, resultados y fallos.
Y por eso la casa se caía
porque eso es lo que era, una casa:
no un garaje, un laboratorio o una fabrica de objetos imposibles
-como los que nunca habían vivido en casas pretendían-.
Y la casa dejo de servir como casa,
y acabó cayéndose.
Solo una persona se salvó:
alguien que fue expulsado, por no estar a la altura de los que nunca vivieron en casas.
Este se salvó,
y ahora pasea por las ruinas de la casa,
y se pregunta si hizo lo correcto
O
como los capitanes,
hubiera debido seguir dentro,
contra viento, marea y supervivencia,
y morir con ella.
Ahora mira los escombros
y llora
Porque la casa era necesaria para que todo lo que la rodeaba pudiera vivir,
Y el desterrado fuerza los ojos para encontrar una flor,
vida,
y seguirá yendo a las ruinas hasta que la encuentre
O,
como los capitanes de los buques para siempre varados,
su cuerpo al morir se haga humus
donde pueda germinar la semilla que la providencia transporte.