La felicidad es poco creativa. Se crea desde la ira, la tristeza o la búsqueda. Poco bueno nace cuando la vida sonríe y el estómago se llena debida y regularmente (salvo los comedores compulsivos o estéticos como Dumas, Stendhal o Balzac, pero de ello, hablaremos algún día, no tardío). La creatividad se recrea en la pérdida de lo que se tuvo y la búsqueda de lo que nunca se tendrá. Trabaja optimamente en el insomnio y los estados alterados de conciencia, y gusta de ser parida con dolor o vomitada con asco, propio y ajena.
La belleza se crea desde la fealdad de un momento súbito, doloroso y perdido, en que la única luz que nos salva in extremis es aquella que podamos crear. Por eso el creador sobrevive y el desafortunado puro por carente de esa capacidad, se mata o es matado. Esa es la gratitud de la belleza, que requiere de dolor para nacer, pero postreramente consuela y, si no salva, salva del olvido.
Pero duele. Y cuando no duele, obliga a buscar esa pulsión que empuja a una pasión coyuntural y culpable, egoista y efímera.