El teatro, antes que artificios y efectos, es el enfrentamiento de unos seres sobre un escenario con un público que debiera exigir el valor de sendos dinero pagado y tiempo invertido para ser conmovidos, enfurecidos, atemorizados, divertidos. La excusa de la vida triste de las hermanas Fandiño, las Marías de Santiago, ha sido en este caso el sustrato primero y último para acompañar a dos seres azotados por la desgracia en un viaje movido últimamente por el cariño, no por el miedo. La Maruxa y la Coralia claman a través de unas magistrales Mona Martínez y Carmen Barrantes, y nos cuentan que ya no tienen miedo. Que hay que salir siempre maquilladas y elegantes a la calle. Que los vecinos las dejan lentejas en un plato que ellas siempre devuelven brillante de limpio. Que hace décadas eran más de diez hermanos, pero les mataron a muchos. Tantas cosas, todas unidas por el mismo principio: mientras estemos juntas, nada nos destruirá.
Y nada las destruyó mientras siguieron las dos. Esa fue su victoria. Porque, al final, vencieron ellas.
Esta es la magia del buen teatro. Tras conmover, te hace pensar y querer ser mejor.
Gracias, Natalia. En breve, de nuevo en el chino de Paula