En este mundo hay jueces. También hay hombres sabios, hombres buenos y hombres justos. Todos son conceptos distintos, de modo que no siempre el hombre sabio es hombre justo, y no todo hombre justo es siempre hombre bueno, o juez de sus iguales.
Hoy se ha ido un hombre bueno, justo y sabio que, sin ser juez, fue siempre reclamado para imponer justicia y cordura. El respeto no viene del poder -del poder vienen la prevención y el miedo-. Tampoco viene del dinero, que atrae a los codiciosos y a quienes buscan rapiña o botín. El respeto viene del ejemplo de toda una vida vivida según unos ideales claros, compartidos o no, aunque en ocasiones ello haya conllevado sufrimiento. Y Humberto fue respetado.
Recuerdo su figura desde mi niñez. Parco y majestuoso en su silencio de asturiano quedo. Trabajador, imparcial, de mente inquieta y crítico con quien lo hiciera mal, fuera familiar, amigo, concejal o compañero de credo. Sereno, prudente, con esa templanza de quien sabe que, si alza la voz, todos callarán para escuchar. Si la vida es ejemplo, Humberto ha sido pura vida. Por eso, quizás, esa misma vida le ha reservado el regalo que solo a muy pocos otorga. El de llevárselo en la plenitud de facultades, de repente. Sin dolor, tras una vida plena
La muerte le ha sorprendido esta tarde. Una tarde cualquiera de tantas de verano. En su pueblo, rodeado de su luz y de los suyos. Sin decadencia, agonía, miedo ni llanto. Simplemente ha pasado de la existencia conocida a la Eternidad por conocer, en lo que tarda un águila en volver al nido. Me pregunto qué estará pensando ahora, en ese mundo nuevo donde se ha encontrado de repente, y sé la respuesta:
-“Tanto por hacer en este lugar. A trabajar”.
Ponte a ello, admirado amigo. Prepáranos el terreno pues, antes o despues, todos iremos llegando, y siempre es bueno ver caras amables y queridas que curen el miedo. Que la tuya sea una de las primeras que nos reciba cuando crucemos el umbral que tú has cruzado hoy.
Descansa y espéranos. Se te quiere