Mishima era un homosexual que nunca aceptó su natural orientación, pervirtiendola hasta tornarla en homofobia. Un protodesertor que fingió una tuberculosis para eludir el frente y que, años despues, crearía unas Hitlerjugend merced a las cuales ocupó un cuartel donde se suicidaría en un seppuku que, seamos sinceros, fue toda una chapuza. Un seppuku que requirió varios cortes, porque eso de la decapitación mediante un solo y limpio tajo unicamente existe en las películas -y si no, preguntenle a su forense más cercano-. Alguien que cubrió de odio sus frustraciones, contagiándolas para apearse del tren en marcha tras montar una buena. Un “nostálgico” que supo vender su producto y fue erigido al nivel de semidios por la parte más ahíta y decadente de una sociedad todavía humillada por la reciente derrota.
Mishima no es Mishima. Mishima es… Mishima