lunes, 8 de diciembre de 2008

De redentionis

Para excusar un excesivo trasunto (y retraso) en la actualización de este blog, no hay perdón, aunque sí excusa: el tiempo, el caos, las sobrecargas neuronal y emocional, Granada, Sevilla, Barcelona, las mediaciones,las resoluciones, las dudas, la vida que te vive y te lanza sin tener en cuenta qué es lo que de verdad necesitas... Estoy en el Aeropuerto de BCN, mi vuelo se va a retrasar más de una hora, y aprovecho el primer estado de serenidad en más de un mes para reivindicar mi derecho -y el de casi todo ser humano- a la redención (quedan fuera Hitler, Stalin, los etarras y demás fascistas). Tras dos días con Antonio Bernal y Mercedes, es decir, los papis adoptivos, vuelvo a focalizar, máxime teniendo delante la portada del Superjoyas en que Antonio ha representado el "cuento de Navidad" de Dickens con un Scroodge sobrevolando Londres de la mano del fantasma de las Navidades presenttes, por encima de unos niños construyendo un múñeco de nieve. La Historia de la Humanidad es la Historia del eterno anhelo de redención: desde Saulo de Tarso hasta Darth Vader, pasando por Falstaff, Ebenezer Scroodge o todos los malos que al final se hicieron buenos, el único verdadero anhelo de todo ser humano es disponer de un minuto en que podamos enmendar todo lo malo, lo oscuro, lo maldito y secreto que alguna vez hicimos a alguien y/o a nosotros. Siempre llegamos a un punto, antes o después, en que algo nos dice que tenemos que parar: que tenemos que sentarnos y arreglar los desarreglos. No volver a empezar, porque ni se puede ni se debiera querer: es una cuestión de cambiar, de arrogarnos una nueva -y para algunos- última oportunidad para ser mejores, que no es sino merecer ser queridos. Y esa necesidad se nos pone de manifiesto de muchas maneras, nunca buenas, pero siempre determinantes. Para algunos es un accidente; para otros, un despido, un divorcio, la muerte de alguien que se fue sin perdonarnos, las transaminasas altas, orinar sangre o el desprecio del padre (o del hijo). Lo importante es que la vida nunca te susurra al oido que es tiempo de cambiar. La vida no tiene miramientos y, simplemente, te atropella dureo, aunque sin matarte. Y sólo unos pocos, los que son sabios, aún sin saberlo, se dan cuenta de la necesidad de cambiar antes de que sea demasiado tarde. A mí en un mes no me ha pasado nada de esto, aunque tampoco soy sabio, pero... Tengo ganas de que llegue la Navidad, pues tiro para Málaga, y tiro sin nadie: sólo con unos cuantos libros, unas zapatillas cómodas para pasear y las ganas de saber si mis insuficiencias respiratorias son por la lógica ansiedad, como dice Luis Felipe, o por otra cosa. En todo caso, ha llegado el momento del orden, siquiera transitorio, y del coligo virgo roses pues, si no, puede que no las pueda recoger y las tenga que ver crecer desde la raiz.
Perdón por el vacío, pero nunca es tarde para intentar ser mejor. Hoy, por ejemplo.
L.