Acerquense al Prado para disfrutar de una belleza que no se puede ni ignorar, ni rechazar: la de un maestro
domingo, 20 de marzo de 2016
Ingres en el Prado
Siguiendo la sobrevenida tradición de los viernes culturales, me he acercado al Prado a ver la exposición de Ingres y... Bastaría decir que Eugenio D'Ors (ese facha al que habría que quitar del callejero de Madrid, según algunos) tenía razon. El Prado ha logrado traer su obra más representativa (Napoleon, odalisca y baño turco incluidos) y ha montado una exposición sencillamente magna, en que el visitante sale asombrado principalmente con dos cosas: el bello hiperrealismo de unos rostros que cantan, y la prudente sensualidad que solo sabe plasmar un maestro a su pesar. Una exposición que lleva de la mano al visitante y, más que en la obra, le sumerge en el íter vital del genio, hasta el punto de casi aprehender la racionalidad de su evolución artística, asistiendo al crecimiento de un Ingres de grande a gigante, capaz de pintar el terciopelo del traje del Napoleon por venir, el iris lacrimoso del amigo o la grandeza del sueño de Ossian (especialmente bello el boceto).
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