(Fotografía Teatro de la Abadía)
Hay obras indefinibles porque la turbación que provocan en lo mas hondo del yo ni se esperaba, ni se creería. Incendios es una de ellas. Una obra redonda, perfecta, equilibrada y desgarradora, que deja tan agotado al espectador como probablemente a cada una de las 8 bestias teatrales que constituyen su reparto.
El cumplimiento por sus dos hijos de la ultima voluntad de una anciana, aparentemente extravagante y sin capacidad de amar, les sumerge en el descubrimiento de un pasado de crueldades, ira, lucha y encuentro final, donde la historia reciente de Oriente Medio se desnuda para mostrar unas cicatrices que Mario Gas ha logrado que supuren comprensión y aceptación del mal último como producto, en ocasiones, de un azar donde amor, pérdida de una razon de vivir y aceptación del error se hacen una simbiosis que lleva, al fin, a la reconciliacion final, que es la reconciliación con nosotros mismos.
Tres horas que se hacen una -y corta-; unos monólogos tan sobrios como intensos, máxime cuando son declamados por una de las últimas grandes damas de la escena; el perfecto equilbrio de emociones y una puesta en escena alejada de excesos e inventos convierten esta obra en una de las mejores que he visto. Y probablemente, que vea nunca.
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