En el humo celebro el duelo.
En la oscuridad observo, complacido,
el pavor de los temerosos,
la exaltación de los que desesperan,
el triunfo de la atrición.
Huelo un sudor que me agrede,
oigo el chocar de cruces que,
esgrimidas como espadas,
pugnan por ser las primeras en el juicio.
Veo un nuevo altar
cuyo santo no venero,
acercándose, despiadado,
a contarme el último secreto:
Solo existe la fe,
solo existe esto.
Y la única energía que verás,
-justo antes de caer muerto-,
es la que nace de los huesos quebrados,
de los miembros bajo mil pies,
del pavor, hondo, de los lamentos
de los órganos que atraviesan unas astillas.
Astillas que, a la vez,
son cruces, flecha, lanzas
que destruyen la esperanza última,
esa de poder renacer.
No hay nada más,
no hay otros sonidos,
otros sueños
ni más colores que estos tonos,
En negro
jueves, 19 de abril de 2018
miércoles, 18 de abril de 2018
El sonido del mar
El sonido del mar es el sonido de todo lo perdido,
que vuelve.
La llamada de la madre, para que no nos metamos muy adentro
(el agua cubre. Siempre).
La primera foto que nos hicimos con ella
-esa que ya no está-
y arrojamos, entre lágrimas, a sus aguas.
La tos, eterna, por incurable,
del abuelo que se fue
y, no obstante, sigue aquí.
El rugido del primer coche
el que nos llevó a los confines de nuestro mundo
poco antes de intentar matarnos.
El anuncio de las lágrimas que hoy,
en que el mar me recuerda todo lo perdido,
puedo, ya sin vergüenza, llorar.
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