que vuelve.
La llamada de la madre, para que no nos metamos muy adentro
(el agua cubre. Siempre).
La primera foto que nos hicimos con ella
-esa que ya no está-
y arrojamos, entre lágrimas, a sus aguas.
La tos, eterna, por incurable,
del abuelo que se fue
y, no obstante, sigue aquí.
El rugido del primer coche
el que nos llevó a los confines de nuestro mundo
poco antes de intentar matarnos.
El anuncio de las lágrimas que hoy,
en que el mar me recuerda todo lo perdido,
puedo, ya sin vergüenza, llorar.
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