sábado, 18 de abril de 2020

Ecuanimidad, no tibieza

Resulta tristemente curioso observar cómo al ecuánime siempre le rechazan todos los bandos polarizados. La falta de voluntad de posicionarse en uno de los polos de todo conflicto, latente o activo, situa a quien desea la libertad necesaria para criticar cualquier mal en la más incómoda de las posiciones. La de apestado por todos los bandos y, por ello, desprotegido y sometido a las agresiones de ambos; a quienes conviene dar ejemplo con quien, intentando mantener la cordura, pudiera erigirse, él mismo, en ejemplo de que para vivir y convivir no hace falta elegir otro bando que el de la paz y la razón.

Releo el prólogo que Chaves Nogales hace a su obra A sangre y fuego, y encuentro la prevalencia de la cordura de quien, por ecuánime, hubo de huir de su país. Mandado fusilar por los sublevados y considerado fusilable por la república, Chaves no huyó a Monrouge en 1937 porque anticipara la victoria de los golpistas, sino porque sabía que unos y otros no le perdonarían nunca el no haber optado por el que fuese de los dos únicos pensamientos únicos. Porque sí puede haber diversos pensamientos únicos en un mismo territorio, siempre que se juren el exterminio mutuo.

Ese exterminio que, mientras llega, o bien mata la cordura o de otro modo la obliga a exiliarse y presenciar cómo sus seres amados, cada uno ya con una etiqueta fácilmente distinguible, se odian sin saber realmente por qué razón.

La ecuanimidad no es tibieza, sino valentía, porque desprotege frente a todos los bandos, colgando al ecuánime el peor de los carteles en un conflicto: el de blanco fácil, por no alineado.

domingo, 12 de abril de 2020

La macchina ammazzacattivi (La máquina matamalvados). Roberto Rossellini, 1952



En estos tiempos convulsos necesitamos cuentos amables, bellos y que alberguen la promesa -o, al menos, una posibilidad, por remota que sea- de redención. La máquina matamalvados acumula las tres cualidades. Una bella historia en que un pretendido San Andrés entrega al fotógrafo de un pequeño pueblo la posibilidad de castigar a los malvados mediante su cámara, despojándoles del alma. Amarcord, Dickens, el realismo fantástico que nunca dejó Itálica y el mejor Cuerda ya estaban en un pequeño pueblo costero italiano en que a los guardias filofascistas había que habilitarles un ataúd especial para la mano alzada, Romeo y Julieta resucitaban cada generación y las americanas eran las únicas que se bañaban en bikini.

Dulce, balsámica y de final feliz o, cuando menos, inesperadamente desconcertante