Solo hay una cosa mejor que la historia real, por épica que pueda ser: las ucronías paternas, entendidas éstas como aquella mezcla de realidad y ficcion que crea nuestro subconsciente conjugando realidad, mito y referencias sobre cada padre de cada miembro de esta sociedad nuestra. Y si el hijo es Sanzol, resulta que esa mezcla de admiracion, reconocimiento y mitificación se materializa en una obra de 3 horas durante las cuales uno llega a olvidar toda la porquería de fuera del teatro.
El Bar tiene dos partes bien diferenciadas por el intermedio. Una primera, en que el protagonista expone una sucesion ininterrumpida de máximas de experiencia que por sí bastarían para diez obras con cien guiones y una segunda parte, centrada en la obtención de la dispensa, que es puro sainete.
Y como ya hemos olvidado lo que son los términos medios (o Ibsen o Belén Esteban), resulta que los espectadores de Sanzol no estaban preparados para presenciar un maravilloso sainete casi académico -esas perlas de humor casi desaparecidas-, y pasan del visionado pausado y aprehensivo a disfrutar como enanos del humor más sano posible.
Y eso es el Bar. Tres horas de entretenimiento en la línea argumental del Big Fish de Tim Burton que pasan como una y deseamos que fueran diez.
Si pueden, vayan. Oxígeno puro para estos tiempos intoxicados
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