lunes, 2 de julio de 2012

Javier Gurruchaga

El viernes fui a ver el concierto que la Orquesta Mondragón daba en el circo Price, en el marco de los Veranos de la Villa. Ver -más que en directo, en persona- al Señor Gurruchaga era una de esas espinitas que llevaba tiempo arrastrando, por más de una razón. Por eso, el momento en que apareció, histriónico, justamente irrespetuoso y riéndose sobre todo de él mismo, se evaporaron, desapareciendo, los remilgos sobre su edad, su cansancio y el peso de toda una vida dando una lata maravillosa. La movida desapareció con los Juegos Olímpicos, fecha alrededor de la cual dejaron de existir la Barcelona oscura, el Madrid cutrecillo, el imperio de la heroina,la Gauche Divine, los libros de Leon Felipe vendidos de tapadillo, los cabarets de verdad, la música verdaderamente experimental, el trompisón de Glutamato Yeyé, los coches de tercera mano, el flan chino, el papel higiénico elefante, las toallas que rascaban, el recuerdo de una época afortunadamente sobrevivida... y la gente, la vivía a tope, como se decía en esa época. La Vía láctea, el Rock-ola, el Penta; la edad de oro del Pop español, con Servando Carballar preguntando enloquecido a los pelos de Paloma Chamorro, esos programas, pretendidamnente para niños, como el planeta imaginario, la bola de cristal o la cometa blanca; los dibujos animados en que un niño de 9 años era mandado por su desaprensivo padre sólo por el mundo a buscar a su madre, una niña (igual de menor y con chapetas) era igualmente enviada a un pueblo de montaña con un anciano con fama de trastornado y apodado "el anciano de la montaña" que trasnscurrido un tiempo preguntaba a su abuelito, cantando con voz de pito, "abuelito, por qué en una nube voy"... un robot que solo vuela agarrado a los pechos de su compañera y es odiado por un tío medio hombre, medio mujer, pero como si hubiera sido dividido en la época de la descolonización americana (chúpate datos, Freud); un chico, ya palidito de por sí, al que embadurnan de blanco nuclear sus compeñeros no adoptados de aldea antes de lanzarle a la selva para cazarle cual Ñu; un Corsario Negro que por una promesa abandona en medio del mar a la única mujer a la que abandonaría nunca... hoy solo quedamos los trastornados producto de esos dibujos infantiles (así nos va), y un puñado de lugares y personas que nos recuerdan que eso existió. El video mató a la estrella de la Radio, y el Fotoshop, a Ouka Lele.
Hoy, con suerte, nos podemos encontrar a García-Alix, Leica en mano y tatuajes orgullosamente ondeando, buscando imágenes por el Rastro; residuos de buena música en el Silbra, homenajes anuales a the Rocky Horror Picture Show y, afortunadamente, al buen Javier Gurruchaga, todavía luchando porque esos recuerdos no mueran.

Recuerdo a Javier Gurruchaga haciendo de toda su familia en la bola de cristal; travistiéndose junto a su Popocho para cantar Caperucita Feroz; haciendo de dentista depravado en "qué he hecho yo para merecer esto" y, también, condenando sin ambages los crímenes de ETA y los del 11-M (Cfr. Cartas al director de EL PAíS, 9 de mayo de 2006) porque, en palabras suyas fácilmente localizables, "al paso que vamos todo lo que suene a vasco será sospechoso".

Yo sólo tengo que decir que a) mis fiestas siempre las cierro con "vivir así es morir de amor" de Camilo Sexto, y la versión de Stand by me de la orquesta Mondragón, y b) javier Gurruchaga, al contrario que otros guays de pacotilla que se ponían medallas por ser de esa generación y le lloraban a la panda de Teddy Bautista, sigue ganando su dinero con sudor, aguantando sin parar casi tres horas cantando para los suyos: unos fans entre los que, incondicionalmente, me cuento.

Un saludo, Sr. Gurruchaga, del pelos de la camisa hortera que estaba en la barandilla de la izquierda pegado a ese monstruo de voz que es Michelle McCain


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