Somos los cómicos de la lengua del viaje a ninguna parte: viviendo al día, compitiendo con las nuevas tecnologías e incapaces, actores de teatros de mundos, de adaptar nuestras actuaciones a los nuevos medios de comunicación, más veloces que la luz, más fugaces que copos de nieve al principio de primavera.
Y al final, siempre terminamos caminando de un pueblo a otro bajo la lluvia, intentando sobrevivir como humanos a la par que nos disgregamos como compañía.
Somos un teatro eterno de caminos, que pervive dando boqueadas que son siempre las últimas; yendo a partido del resto de Europa y cejando en el intento de hacer primeros papeles para suplicar que nos dejen hacer aquellos, secundarios, que nunca hubieramos debido abandonar, ahora a cambio de migajas.
Nacidos en una carreta de cómicos, nos trasladaron accidentalmente a Hollywood, y nos cagamos en el padre de los hermanos Lumiére cuando nos abrieron los ojos a la realidad, que nunca había dejado de serlo. Y no confundimos dignidad con confort, aunque no nos alimente: ni a las emperatrices de Lavapies. Y nunca estrenamos comedia con grandes actrices o Daniel Otero, ni nos han dado mas de una frase en este Teatro de décadas. Creímos nuestras las vidas de otros, fuimos amigos de Rabal y Mistral, y frecuentábamos cada mañana el café Gijon, a ver si caía algo. Inventamos Columbas Domínguez, chinos altos y Stanleys pobres que la gente, por caridad o pena, nos decía que recordaba.
Y al final, como siempre, la pena.
D.
PS.- Gracias, Sara, por recordármelo
miércoles, 9 de enero de 2013
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario