Hasta hace muy poco descansaba en Ceuta, en un frasco de formol (fastídiese, Mr. Damien Hirst), el ojo que le extirparon a Millan Astray por la herida sufrida en la batalla de Loma Redonda a principios de 1926: sí, el de verdad.
En el museo de la Legión de la ciudad autónoma pasó décadas, viendo lo que su dueño ya no veía, hasta que se cumplió el deseo último del cofundador de la Legion y, como no podía descansar donde él hubiera querido (ya era territorio marroquí), lo colocaron en el panteon de los héroes de Melilla, tras una de sus piedras. Y allí descansa, cansado ya de ver con su niña sin pupilas.
Así lo oí, así me lo han contado, y así lo transcribo
lunes, 26 de agosto de 2013
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