Erase una vez un pintor que pintaba tan bien que su pincel siempre terminaba llevándose un trocito del corazon de aquellos que retrataba. Y como él tambien ponía todo su corazon en su trabajo, al final cada lienzo siempre albergaba, anónimas entre las pinceladas de color, pequeñas partículas de dos corazones.
Tal modo de pintar hacía tan vívidos sus cuadros que al propio Dios le llegó la noticia de que la obra de un tal Bernal le hacía sombra, de real que era. Esto despertó la curiosidad de Dios, quien, transformado en pájaro, bajó hasta la calle Vallespir, y se encaramó a la ventana de la habitacion donde él dibujaba. Allí vio a un anciano apacible, sonriente, de bigote blanco y pelo largo hacia atrás, cuya vida había sido pintar.
Y a Dios le gustó cómo pintaba: hasta el punto de que, cada vez que podía, se mutaba en gorrion (como hiciera para susurrar historias de estatuas y pajaros a un tal Wilde) y se posaba en la ventana para ver pintar a Antonio. Desde allí vió tigres, caballos y dinosaurios. Circos antiguos y modernos; vaqueros e indios. Guerreros que luchaban por la justicia, monstruos buenos, marcianos malos y submarinos de 20.000 leguas. Todo en la pequeña habitacion de un sencillo barrio de Barcelona.
Tanto tiempo pasaba Dios disfrutando de ver cómo otro creaba, que sus arcángeles se preocuparon, y bajaron tambien a ver qué tenía ese anciano para atraer tanta atencion del Creador. Para ello, se convirtieron en gotas de lluvia y, en forma de tormenta de verano, cayeron sobre ese mismo alfeizar. Y tambien vieron. Tanto les gustó, que olvidaron su nueva forma y se evaporaron, subiendo al cielo en forma de asombrada niebla. La noticia corrió por el cielo, y llegó el momento en que todos sus habitantes querían ver la obra del anciano. Pero tantos eran los que querian presenciar los actos de creacion del bondadoso artista que, para poder estar todos a la vez en tan pequeño espacio, no les quedó más remedio que convertirse en sueños e imágenes: de tal belleza e intensidad que al pobre Antonio no le quedaba mas remedio que intentar pintarlas.
Pero tantas eran, y sus numeros tan crecientes, que no le daba tiempo a pintarlas todas, de modo que se iban amontonando en su anciana cabeza: hasta el día en que, no pudiendo aguantarlo, su mente gritó basta.
- Es Alzheimer- , decían los médicos, pero nadie sabía la realidad. Solo su mujer Mercedes, intuitiva como pocos, sabía que algo mas había, pues cuando las imagenes dejaban de agobiarle, volvía a ser el Antonio de siempre.
Y así siguio durante meses. Antonio a veces lloraba, a veces estaba en otro mundo... todo por culpa del cielo y sus seres, que una vez dentro de la cabeza de Antonio, ya no querían marchar.
Y cuando su cabeza no pudo más, las restantes entidades, sueños y seres del cielo fueron hacia el siguiente organo del alma de Antonio: su corazon.
Pero ese corazon ya estaba lleno; de hecho llevaba decadas lleno: de Mercedes, de sus hijos, su familia, sus amigos... lleno a rebosar.
Por eso, cuando los seres del Cielo intentaron entrar, su corazon no pudo mas, y se paró.
Eso fue hace dos días.
Antonio no ha muerto. Dios, los angeles y toda la bondad que llenaba su mente y su corazon han cogido los cansados órganos, los han curado y se los han llevado al cielo, desde donde, pudiendonos ver ahora a todos a la vez, nos está pintando como siempre hizo.
Solo que, en los cuadros que ahora está pintando, somos mejores personas, y somos felices.
domingo, 29 de septiembre de 2013
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1 comentario:
Tu comentario sobre Antonio Bernal es magnifico, poetico y salido del alma. Comprendo que sintiera una gran amistad por ti, que merecias sin duda. Yo le conoci cuando era un chaval y, depues, fuimos ya amigos toda la vida. Era un buen pintor, gran ilustrador y mejor persona.
Un abrazo.
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