lunes, 8 de diciembre de 2014

El encanto de los gabinetes de curiosidades (los Wunderkammer)





(parcial de la casa de André Breton)

(Sandman núm. 1, portada, de Dave McKean)

Cabinet de curiosités, Wunderkammer, gabinete de maravillas... En parte por el afan de poseer, en parte por la necesidad humana de aprehender aquello que no llegamos a comprender, el ser humano ha tendido siempre a reunir aquello que le despertaba curiosidad: sea el fosil de un erizo, el caparazón de una toruga, el cuerno del unicornio o la plasmación física de la creencia. Y si ademas ello evidenciaba sapiencia, vivencia o aventuras, el marchamo de la permanencia quedaba a fuego en la memoria del detentador.

Con ambos propósitos en la mente se ha venido creando, desde el amanecer mismo de la historia, una suerte de género decorativo, rayano en lo lúgubre y con todo el atractivo que las zonas grises tienen para el hombre: el de los gabinetes de curiosidades. Comenzando en los mismos principios de la historia, el gusto por estas colecciones aglutinadoras de signos de trascendencia -antaño solo privilegio de reyes y prelados-, fue contagiándose en el siglo XIX a una burguesía ansiosa de disfrutar al fin de todo lo que ahora podía alcanzar, y con la llegada del historicismo, el romanticismo y el encanto por los viajes lejanos, los antiguos gabinetes (antaño centrados en obras de arte, especies animales y objetos religiosos) dieron un giro hacia todo lo proveniente de de los parajes más lejanos: desde armaduras de samurai hasta sishas con efluvios a Loti, pasando por bolas de Cantón en marfil, cabezas reducidas por los jíbaros, kukhris nepalíes o máscaras africanas. Y así, los gabinetes de curiosidades fueron evolucionando hasta convertirse en pequeñas islas donde el deseo de trascendencia, de rasgar el manto de lo físico, se escondía tras cada retazo físico de uno y mil mundos: en antigüedad, distancia y dioses.

Islas que la sociedad de la informacion, las comunicaciones y los medios de transporte han venido arraigando en el subconsciente de cada uno de nosotros, hasta el punto de que en toda creación moderna, en toda concepción artística, subyace en el fondo, total o parcialmente, un gabinete de curiosidades: desde el hogar de André Breton hasta los sueños de Dave McKean, pasando por las tiendas de Candem town, las puestas en escena del nuevo teatro o las películas de suspense psicólogico.

Todo puede encontrarse en el gabinete de curiosidades de nuestro subconsciente: tan aglutinado como confuso respecto al qué vendrá cuando caiga el telón. Y si cada uno de nosotros tiene un palacio de la memoria donde recordar y un jardín secreto donde ocultarse, ninguna de dichos lugares íntimos supera en importancia al lugar donde acumulamos todo aquello que no comprendemos, y todo aquello que no queremos ni comprender, ni afrontar.


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