y casi todas han envejecido mal.
Las buenas, me las han robado.
Las justas, me las callaron
y las risueñas, las mancharon.
Las maduras criaron canas
las viejas, las olvidé.
Las jóvenes se fueron,
y no supe cuidar de aquellas que más amé.
Ahora,
mudo,
me enfundo en mi capa de vendedor de humo
y salgo a buscarlas.
Las llamaré por sus verdaderos nombres,
-los que solo ellas y yo sabemos-,
aquellos por los que siempre responden,
y las pediré que vuelvan conmigo,
a casa, de nuevo.
Para que otra vez,
debajo de la lámpara de mi padre,
en la vieja mesa camilla donde me fueron presentadas,
volvamos a ser uno y tres
ellas, el papel y yo:
madera
vientre
humo
voz
queda
quieta
hilo
olor
vida
mes
tú
puerta
Fin
No hay comentarios:
Publicar un comentario