Gósol, para Picasso, resultó ser más que un pueblo de payeses. Resultó ser la tierra que cura y afianza, la madre que acuna y calma; la figura matrialcal que nos vuelve aparir y nos recrea para volver de nuevo al mundo. Una Epifanía laica que limpia, sana y nutre. También resultó ser una época en que el genio retoma el contacto con la tierra para absorber energía de su naturaleza inmutable, de aquello cuyos cambios se cuentan por eras.
Una tierra ocre, seria y fuerte, que presta sus raíces a Picasso para que, arraigando, se fortalezca y, agradecido, incorpore sus colores a una paleta que, como esa tierra de que bebió, pasaría, también, a pervivir por eones.
(Parece mentira lo lejos que pudieron irse esos ocres)
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