sábado, 6 de mayo de 2017

Los sueños de Quevedo



Los sueños, vaya por delante, es una obra completa, y no puede reprocharse nada a un Echanove capaz de sobrellevar dos horas de un texto más que complejo. Con una buena puesta en escena, una mejor música y un excepcional elenco de personajes (especialmente Aminta y la muerte), el resultado, sin duda, vale y mueve.

Pero no conmueve.

Al menos, en este estadio inicial en que no se ve a Echanove cómodo con sus registros. Falta el Quevedo rebelde, irónico e irredento hasta su muerte -ya anciano, aguantó 4 años encarcelado-, y sobra bastante Quevedo quejumbroso. Con la gran voz que Echanove es capaz de sacar, los sueños precisan a un Quevedo soñador, no continuamente doliente, lo cual lleva al público a empatizar con el anciano y su agonía, pero no con el polémico y mordaz crítico, cuya primera víctima siempre fue él mismo.

La obra debiera mostrar la ensoñacion final de una mente única y cabal hasta el fin, una suerte de última mejoría, y no un ejercicio de piedad por alguien que, cuando menos, seguro que nunca la quiso. Al Quevedo de los sueños le rodean ensoñaciones y, como tales, deben maravillar, mas no atormentar al anciano preagónico que se nos presenta.
En suma, aceptada la innegable calidad de la obra, se echa en falta vigor en ciertos momentos de las ensoñaciones del genio, abstracción hecha de edades o estados de salud. Hay ancianos vigorosos y, por contra, jovenes muertos en vida. Estoy seguro y espero que, a medida que se sucedan las representaciones y Echanove gane confianza a un texto complejísimo, encontrará ese vigor preciso. Pero debe encontrarlo, so pena de convertir al genio doliente en una suerte de masa débil y quejosa, lo cual llevará -se insiste- a la compasion por un anciano desahuciado, mas nunca a la maravilla ante un genio eternamente rebelde.

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