Axioma de partida: NUNCA se precisó una segunda parte de Blade Runner. Así era la rosa, autoconclusiva y dejada a la reflexión última de cada espectador. Dicho lo cual, era inevitable que una Obra Maestra del cine como esta fuera pasto de los secuelistas de esta triste época, en que impera la relacion inversa entre imaginación y codicia. Se intentó evitar, postergar... pero al fin, tuvo que llegar la temida segunda parte. Una segunda parte que, empero, nunca podría estar a la altura de la primera, por la simple razon de que eso es imposible. Solo la necesidad de continuar ese mundo oscuro de replicantes y humanos como insectos, en que el sueño y la realidad de cada existencia son tan difusos como las gotas de lluvia hace imposible inteoducir alguna idea a esa altura. Dicho lo cual, la secuela no intenta eclipsar a su antecesora, solo humildemente continuarla intentando llegar a su altura en la (parca) medida de lo posible. Y es en el humilde reconocimiento de tal imposibilidad donde reside su mérito. En que esa consciencia de finitud lleva a respetar al 1000% el mundo creado por Ridley Scott, Moebius y Fancher, intentando recrearlo hasta el punto de no prescindir de los tres elementos que llevaron Blade Runner a la gloria: la ambientacion, la opresion y el final no feliz. Estos tres elementos vuelven y, si bien es cierto que personajes como Luv (¿qué hace una supermalísima de comic aquí?) y Wallace (solo habrá un Tyrell, por mucho que hagan a Leto decir tontuneces) sobren de todo punto, la película devuelve al espectador a esa melancolía que sentimos cuando escuchamos por primera vez a Roy Batty hablar de las cosas que él vió y nosotros nunca creeríamos. Bueno... quizás no a tanta.
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