viernes, 31 de julio de 2020
Cinestudio Espejo (1). Myra Breckenridge (1970), de Michael Sarne
Imaginen al gigante John Huston a los 75 años, haciendo de vieja gloria de Westerns metido a director estrambótico y pervertido de una Academia de interpretación de la que nadie se quiere graduar. A continuación, hagan lo propio con una gloriosa Mae West, ésta con casi 80 años, haciendo de agente de actores (masculinos) a los que solo contrata después de hacerles pasar por su despacho-dormitorio (entre ellos, un jovencísimo Tom Selleck), y que se arranca a cantar una versión de hard to handle que ni los Black Crowes (olvidemos, como todo el mundo, que la versión original, de 1968, fue de Otis Redding).
Por último, imaginen a una bellísima Rachel Welch como transexual operado en Estocolmo con el solo fin de vengarse del típico macho USA homófobo y oligofrénico tirándoselo de modo humillante (con los roles gloriosamente cambiados) para, a continuación, seducir a su candorosa novia (una virginal Farraw Fawcett) en un ajuste de cuentas rayano en la justicia poética. Entre medias, orgías setenteras, maduros jueces anticomunistas y porretas, policías casposos curtiendo a hippies, hermanos que usurpan las herencias de hermanos, críticas feroces al Showbiz de Hollywood y secuencias intercaladas de películas de Marilyn o del Gordo y el Flaco.
Ahora, imaginen lo más difícil: que esta película se haya rodado en el Hollywood de 1970. Si pueden hacerlo, estarán pensando en Myra Breckenridge, la película maldita basada sobre la novela hoónima del rebelde Gore Vidal que acabó con la carrera de Rachel Welch (y de buena parte del reparto antes, siquiera, de que comenzara). La película que Hollywood quiso borrar de su memoria a cualquier precio.
Porque cuando se ridiculiza al enemigo, el miedo desaparece y tomamos conciencia de que se le puede vencer. Aunque venga pertrechado con el dinero de las grandes productoras, la capa del anticomunismo MacCarthiano y el corsé del puritanismo y la censura.
Véanla (si la encuentran, es de culto por razones obvias) y abran los ojos de incredulidad hasta que se queden ojopláticos y boquiabiertos como un servidor.
Gracias, Pedro. Después de haber visto Myra Breckenridge, Érase una vez en Hollywood ha perdido toda su originalidad.
Luis
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