Ayer, a la salida del estreno de la comedia cumbre de Molière, Angel Fernández Montesinos, patriarca de la Revista y la Zarzuela en España exclamaba, con inusitado entusiasmo para sus más de 90 años, “ha vuelto el teatro”.
Ayer, al menos, así fue. Arropado por todo el mundo de esa gran víctima del Covid que es la escena española (desde Lluis Omar hasta Carlos Hipólito, pasando por Gonzalo de Castro o Emilio Gavira), Flotats bordó una de las comedias más atemporales de la historia del Teatro, con un Argán cansado hasta de sí mismo al que solo la dependencia psicológica de remedios y lavativas innecesarios distrae de una vida demasiado muelle, a merced de una esposa que no le quiere, una hija que por fortuna no se resigna a sus egoistas designios y una grandísima Anabel Alonso que descumple años y mejora en unas dotes escénicas ya de por sí excepcionales. Nunca se verá mejor Tonina.
En comedia es muy difícil lograr ese punto medio que, alejado del fácil histrionismo, mantiene atento al espectador y, a la par que entretiene, transmite un mensaje vital y de esperanza que se erige en moraleja. El avaro de ayer logró ser actual sin desvirtuar al clásico; insufló movimiento y máscaras sin distraer de la atención al drama del hipocondriaco ajeno a su realidad circundante. Mezcló la sombra y los estatismos de sendas cama y sillón de padecimientos con la luz, la música y el baile de todo lo bueno que siempre queda. En suma, Argán brilló con la luz que le circundaba y, brillando se redimió, redimiendonos a todos.
El equipo de Flotats consigue de sobra lo que el Maestro pretendía, y logra que ese hipocondriaco vocacionalmente infeliz nos insufle el único medicamento que siempre funciona: la esperanza. Esperanza que solo puede transmitir el trabajo bien hecho, la profesionalidad y el entusiasmo que ayer recaló, siquiera por dos horas, en un Teatro de la Comedia que volvió a ser mágico.
Ha vuelto el Teatro (con mayúsculas). Espero que para quedarse
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