domingo, 12 de octubre de 2008

La tristeza que queda

Son las cuatro de la mañana del domingo. Acabo de volver de estar con alguien a quien, en su día, quise más que a nadie. Alguien con quien, en su día, hice, por primera y única vez, planes de familia, de hijos, de no cansarnos nunca el uno del otro... y en su día se acabó. Y hoy nos volvimos a ver, y me dí cuenta de dos cosas: de que las heridas sí cicatrizan, y de que si bien nunca vuelven a sangrar, supuran tristeza. Una tristeza tan profunda, tan triste y desarraigada, que no deja ni llorar, que no nos permite volver a mirar a quien en su día amamos, pero no por volver a amarla, sino por el dolor de darnos cuenta de cómo, hasta el amor, se pierde, también, para siempre. Estoy sólo, en la cama de mis padres, y hoy mataría por tener a alguien conmigo. Y hoy, sólo hoy, daría amor físico para que alguien me devolviera cariño. Miro el móvil y creo, espero, que alguien sí podría estar aquí. Pero sería tan injusto: tan ruín, tan canalla, que dormiré sólo, para poder mirarme por la mañana al espejo y, por lo menos, no encontrarme a un hijo de puta devolviédome la mirada. Miro él móvil, lo vuelvo a conectar, pero para escuchar las últimas frases de Roy Batty y darme cuenta de que la vida, también, es dolor. E incomprensión. Y rabia al ver cómo se nos castran sueños antes de que se hagan realidad. E indignación al ver cómo siempre amamos a quien menos lo merece. Hoy hasta Dios se ha puesto en contra de este encuentro. No creo en quienes ven en la lluvia, en los sitios que acaban de cerrar, en los taxis que no se encuentran... signos adversos. Pero esta noche, de todas las noches y por única vez en mi vida, sí creo que Dios firmó con seudónimo, y utilizó las circunstancias como indirectos representantes para decirme que lo que acabó, acabó; que la vida sigue maravillosamente y que en este mundo y en este futuro que lleva comenzando todas las mañanas desde hace dos años, hay otra gente, maravillosa, dulce y que nos quiere o nos querrá. Lo que duele no es el dolor, sino la tristeza, y la necesidad de ser coherentes con unos ideales que hoy, siquiera hoy, me obligan a dormir sólo. Sigo escuchando a Roy Batty diciendo que es hora de morir al tiempo que deja volar la paloma y Deckard le observa apagarse, con su pelo rubio resbalando lágrimas de lluvia y vuelvo, una vez más, a extender mi brazo izquierdo por la cama, y encontrarla vacía. Y escucho a Bruno Ganz en el cielo sobre Berlín tomar la cabeza del moribundo e insuflarle, para que parta en paz, las últimas imágenes de patatas, embarcaderos, cruces del sur, lejanos Orientes, el gran norte, el salvaje Oeste, el gran lago de los osos, la isla de Tristán de Cunha, el delta del Mississipi, Stromboli, las viejas casas de Charlotenburg, Albert Camus, la luz de la mañana, los ojos del niño, nadar cerca de la cascada, las manchas de las primeras gotas de lluvia, el sol, el pan y el vino, dar saltos, la pascua, los nervios de las hojas, la hierba que fluye, los colores de las piedras, los guijarros del lecho del río, el mantel blanco al aire libre, el sueño de casa en casa, los que duermen a nuestro lado,la paz del domingo, el horizonte, el resplandor de la luz en el jardín, volar de noche, andar en bicicleta sin manos, la belleza desconocida, mi padre, mi madre, mis hijos que np son pero serán... y se que puedo plasmar en este blog-refugio todo lo que sienta, todo lo que llore, porque ella nunca leerá estas líneas, ni se preocupará nunca por saber quién era Bruno Ganz o dónde estaba el Shangri-La. Y entonces recuerdo por qué lo dejé, y por qué estoy triste. Y por qué lo que nunca fue nunca podrá ser, por mucho que nos empeñemos en querer verlo donde nunca estuvo. Y por qué al fin, la conciencia de cómo la belleza nos hace ver luces y colores donde no hay sino grises o negros nos deja, si no vacíos, sí secos y con sed: o mojados de lluvia que no seca. Con los ojos borrosos de lo que nunca debimos ver. Con ganas de volver y hundirnos entre papá y mamá, como hace tantos años. Sólo que papá y mamá ya no pueden estar, y los peluches ya no son de peluche, sino de corazón.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Cuidado con la tristeza, es un vicio. (Gustave Flaubert)

Anónimo dijo...

Espero que pronto haya alguien a tu lado que los domingos a las 4.00 se dedique a juguetear con tu pelo, a hacerte dibujitos imaginarios con sus uñas en tu espalda, a susurrarte que te quiere mientras se va quedando dormidita entre tus brazos. Te lo deseo, de verdad. Aunque sólo sea para que te haga creer que la tristeza no existe, ni la lluvia, ni el vacío, ni el pasado...