La eternidad se nos muestra cada momento, en cada lugar, a través de casa cosa que vemos, oimos, tocamos y, sobre todo, sentimos. La posibilidad de que un genio que murió hace ya tiempo vuelva a sentarse con su cello a tocar sólo para nosotros en una basílica francesa, y sea capaz de resucitar él junto con la belleza que creó no nos puede, no nos debe, dejar igual. Hay pocas piezas serenas capaces de mover a tanta belleza como este preludio, que demuestra que la belleza es física, que la belleza duele, que la belleza hace llorar y, así, une el dolor con la alegría para trascender los sentimientos fanáticos y demostrar que estamos hechos para volar sin alas, para volar con la imaginación, con el corazón, si el corazón está preparado. Rostropovich vuelve cada día de su lugar en el cielo para integrar el silencio de los lugares donde tocaba con la música que, respetuosa, no ocupa el lugar de aquel, sino que se integra para convivir en el mismo espacio, y hacernos no pensar en nada más que en eternidad. Pensar en cómo el silencio convive con la musica, en cómo la eternidad cabe dentro de de una caja curva de madera con 4 cuerdas, en cómo el genio es aquel capaz de descubrirnos la belleza dentro de cada cosa.
Piezas como esta quedan, indelebles, grabadas en la conciencia de todos y, a cambio, nosotros nos encargamos de que los autores de ellas no mueran nunca.
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1 comentario:
Rostropovich ,Maisky, Yo Yo Ma , Casals y tantos y tantos otros.Cada uno con sus diferencias de matiz pero al fin y al cabo pequeños y simples instrumentos al servicio del genio incomparable y eterno de BACH.
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