sábado, 3 de abril de 2010

Francisco Cazorla Téllez. In memoriam

Esta mañana, día de vuelta de vacaciones, al ir a recoger unas cositas de Joaquin Luque -artista novel a quien deseo lo mejor-, vi un pequeño folleto en que anunciaban la celebración del memorial Francisco Cazorla Tellez en la casa de la cultura de Torre del Mar. Y de repente, recordé. Cuando mi hermano y yo éramos pequeños, mucho antes de Pueblo Rocío, íbamos todos los días a la antigua biblioteca de Torre del Mar, edificio de cultura que, sito en plena playa, entre el faro y el club náutico, fue el unico edificio demolido fuera de ordenación. El resto, orgullosos exponentes de la especulación, siguen, desafiantes, riendose todavía de las ironías de la vida. Hoy no queda mas que el recuerdo, igual que el de su bibliotecario, un hombre tranquilo, de rasgos claros, ojos azules y paciencia infinita con todo el que llegaba allí a leer, que no es sino vivir 100 vidas, como diría Tom Tidler. Y allí, Jose y yo conocimos a Asterix y Larra; a Blueberry y Poe; al malvado visir Iznogud y a Bob Morane... Y allí comenzamos a leer. Un día, en concreto el 28 de octubre de 1996 nos lo encontramos y me dedicó su preludio de rimas, que tengo ahora delante, y hoy confronto la dedicatoria que me escribió con el folleto que me acredita que falleció hace unos años, y que yo ni lo supe ni me despedí. Y me hubiera gustado que supiera que su empeño por que leyéramos sí sirvió para algo. Y me hubiera gustado encontrar palabras para que se sintiera satisfecho de su obra. El bibliotecario de Torre, que hacía poemas, soñaba con un mundo en libertad, con un socialismo utópico que plasmaba musicalmente en cada uno de sus poemas. Y se ha ido, y no he podido decirle hasta luego. Pero el que se celebre este memorial demuestra que, al menos, no se le olvida.

Solo me mueve la fe de la vida
en la luz que nos da su resplandor,
en el canto alegre del ruiseñor
al aire de la rama estremecida.

Me mueve la fe que cura mi herida
y la llama que sustenta mi amor,
en la dulce fragancia de una flor
al tacto de la brisa distendida.

Tengo la fe de mi propia conciencia
en el conocimiento de la ciencia
y no en el azar de lo peregrino.

Me mueve la fe de mi pensamiento
y voy con ilusión a todo evento...
en atención al fin de mi destino.

Hasta siempre, Francisco. Acuerdate de los dos hermanos de Madrid y haznos un sitio dondequiera que estés -sin prisas, eso sí-. Porque dondequiera que estés, es donde están los buenos.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Siempre faltan vidas por vivir,
nunca encontramos el final para continuar leyendo,
siempre pensamos que nunca vamos a morir.... ¿cuando somos conscientes de que no es así?, ¿por qué siempre se nos queda un adios?... entre los miles de adioses que se nos quedan por dar, siempre hay alguno que queda grabado a fuego lento en nuestro corazón..., porque no lo hemos dado, ¿cuantas cosas habríamos dicho? y... ¿de que forma?:
-susurrando al oído?,
-pegando tus labios a su mejilla?,
-chillando un día gris?,
-mandando una carta (bueno hoy en día un mail, ¡sigo siendo una somántica!),
-disparando palabras inconexas?,
-mirando frente a frente, como en un duelo al sol?,
-agarrando su mano y poniendo el oido en su pecho?,
-compartiendo un café tras un cristal?,
-deteniendo el tiempo en un oasis?,
-cantando una canción?,
-.....
Hay muchas formas de despedida, tantas como podamos imaginar.... ¿ilimitadas? si..., ¿quien pone fronteras a nuestra imaginación?: nosotros, nuestra educación y nuestra sociedad que nos limita la visión de la línea del mar... o... ¿quizás nos la amplia y nos hace ver esa línea de difentes colores?.... no lo sé.

Ayer noche mi hija me dijo: “Mamá menos mal que soy de las más pequeñas de mi clase porque así me muro más tarde”.
Yo pensé: así te da tiempo a leer más.

Bretema