Siento que, a veces, este blog parezca tornarse pelín emotivo/ternurista, pero qué se le va a hacer: a veces toca cachondeo y otras, como es el caso, dejar escrito en este espacio tan infinitamente efímero que es la "blogosfera" historias que no pueden caer en el olvido, pues entre tanto volcán, crisis, cambio de gobierno, primaveras árabes, hambrunas, sádicos et alii, tiene que haber, necesariamente, luz.
Y la hay, créanme. El problema es que lo bello, lo heroico, lo que nos hace tirar un día más, no tiene gancho para el común de los mortales... pero de esto ya se ha hablado mucho y ni tengo un orujo de hierbas delante, ni me acabo de zampar unos carabineros, ni la mierda de medios de comunicastración que tenemos vale la pena.
Lo que vale la pena son unas gemelitas indias adoptadas por una pareja tras ser salvadas de la muerte por un ingeniero agrónomo en un pueblo de la India. El ingeniero, que acababa al fin de descubrir un acuífero y se prestaba a notificar a la aldea que en breve tendrían un pozo con agua, se encontró a todos arremolinados en torno a dos bebés tendidos en el suelo, y le contaron la historia: los padres acababan de morir en un accidente, no había quien se ocupara de ellas -eran bebes, dos y niñas...- y la supervivencia atávica del grupo exigía -esperaba- que se prescindiera de ellas, cosa que iban a hacer de un modo que no merece la pena recordar.
Y este ingeniero, ni corto ni perezoso, le dijo a Fuenteovejuna que si no salvaban a las niñas no había pozo: y a punto estuvo de ser muerto, él también, por el pecado de ir contra la supervivencia de la aldea. Pero se mantuvo en las suyas y, al fin, cambió el pozo por la vida de esas niñas que, tras ser adoptadas, pululan hoy encantadas por las calles de Madrid, desconozco si conscientes o no de que deben la vida a una de esas personas por las que se podría redimir a todo un mundo.
Como cierta me la contaron, y así la plasmo yo.
D.
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