Antes de morir, habría que llegar a ser uno con la Eternidad. Prepararse para entrar en ella. Si Dios quiere, moriré escuchando el primer movimiento de las variaciones Goldberg en cualquier colonia lunar, observando al espacio desde el mirador de la mayor de sus cúpulas y, todavía, preguntandome el por qué de todo. Y con los ojos bien abiertos, me asomaré a una verdad última que se que no comprenderé, pero aun así me asombrará tanto que precisaré de toda una Eternidad para entenderla. Y así me debiera encontrar a mí la muerte.
Cierro los ojos. Me cuelo en los sueños de Asimov, Clarke, K.Dick, Aldiss... y extraigo de ellos la sustancia necesaria para construir mi particular observatorio en la primera colonia humana que sea fundada en la luna. Habré dejado una tierra futura, sospechosa y tristemente parecida a la que el difunto Moebius supo plasmar en los Scripts de Blade Runner, una Tierra de torres sustentadas en nostalgia. Y ese último día, si abro bien los ojos y miro fijamente, seré capaz de penetrar estratosfera e ionosfera para, cruzando el aire, encontrar el sitio de mis padres. Y ese último día, con la música del genio acunándome y la memoria de los recuerdos que volví a encontrar, cerraré definitivamente los ojos. Y si en verdad no existiera otro lugar donde volverlos a abrir, al menos mi retina descansará con los míos grabados al último fuego en ella.
martes, 22 de mayo de 2012
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