martes, 19 de febrero de 2013

Mi final ideal de la bella durmiente

... El príncipe azul bajó del caballo. En el momento en que se acercó a la bella durmiente, supo que nunca más se separaría de ella y, contemplando sus dulces labios, entreabiertos en una eterna esperanza, se quitó la capa,se sentó a su lado y comenzó a besarla, en el beso más dulce, largo y eterno que se haya visto nunca.
Y la bella durmiente no se despertó: alguna parte de ella sabía que ese era el momento más feliz de su vida, y que no habría otro igual, por mil años que viviera, por mil años que esperara. Por lo que no se desperto, limitándose a recibir -y recordar- el beso de amor más bello que recibiría en su corta -o larga- vida.
Y así siguieron, besándose, alimentándose el uno del beso del otro. Y pasó la tarde, la noche y el alba. Y pasaron los días, las semanas y los meses. Y el año se hizo década y la década se unió a la madurez y a la vejez. Y envejecieron juntos, y seguían unidos en ese primer beso.

Hasta que llegó un día frío. Ese día el príncipe separó sus labios de su amada: se levantó, con articulaciones ancianas rotas de artrosis y atrofia, se enderezó como pudo, apartó levemente a la bella de su lecho de cristal -lo justo para caber a su lado-, y se tumbó de lado. Abrazó a su amor y expiró.

y cuando dejó de notar su aliento acompasado, bella abrió los ojos. Cambió suavemente de postura sin incorporarse, poniéndose también de lado -justito justito simétrica a su príncipe-, le besó en frente y ojos, volvió a cerrar los suyos y abandonó ella también esta vida para adentrarse los dos, cogidos de la mano, en la Eternidad.

L.

(porque también queda belleza)

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