Aunque, a decir verdad, para eso estaba la mayoría de la gente que llenaba las filas del Gran Teatro.
Juliette Binoche es... Juliette Binoche. Y cuando la mentada, que es mas lista que el hambre, se rodea de los actorazos del Barbican, uno ve a Juliette Binoche interactuando con actorazos. Y si a la actriz de cine de los tres colores o chocolat se le deja hacer Antigona, en lugar de salir una gigante mediterránea enloquecida por el dolor, la injusticia y la ira, sale una niña caprichosa en pleno pataleo. Lo cual no es malo porque, insisto, la Binoche sigue seduciendo al publico, pero... no es Antígona, lo siento.
La Antígona de la Binoche y de Luxemburgo es light, para todos los públicos -y no precisamente en atención a la edad-. Por ello sale una obra amena, comprensible: bella y de fácil llevanza; agradable en su visionado merced a una muy buena dirección (las tablas de Ivo van Hove a la cabeza de su Toneelgroep se notan), con una buena música (curiosamente) y con un Creón que tira de espaldas.
Un Creón que si hubiese tenido a su lado a Concha Velasco o a Kristin Scott Thomas, hubiera clamado su injusticia a los cielos. Pero en lugar de la interacción entre iguales del tirano y la joven que llega a cualquier extremo para combatir la injusticia, al pobre Patrick O'Kane le hubiera bastado con castigar a Antígona sin postre para haber dejado a Polinices a merced de los carroñeros toda la eternidad.
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