Somos refugiados, huyendo continuamente de los estragos del paso de un tiempo que, como la muerte, no perdona. Semillas esparcidas al azar por un Titan curioso, quizas infantil, que no sabe de religiones y nos arroja a unos en la tierra de la miel y a otros, en el corazon de la oscuridad.
Y no nos engañemos, esa diferencia no viene por méritos propios ni por el divino designio de un Dios que quiere que unos decaigan y otros prevalezcan. Dios no tiene ni tiempo ni ganas para eso.
Donde caemos al nacer, es puro azar.
Como vivamos, y como tratemos a quienes cayeron en el ojo del huracan, es decision nuestra. Y por eso sí seremos juzgados. No por Dios, la historia o por nuestros hijos, sino por aquella parte de nosotros que despierta cada noche: para velar por nuestro sueño o impedirnos conciliarlo gritandonos nuestra hipocresía.
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