sábado, 24 de octubre de 2015

Todavía quedan muchos Madrides en el centro de Madrid


Zona del Paseo de los Olivos, al lado del Manzanares. Tan lejos, tan cerca

miércoles, 21 de octubre de 2015

Viajé en el Delorean con Marty McFly...


... Y me encontré conmigo mismo bastante desmejorado

(Feliz primer día de nuestro futuro)

martes, 20 de octubre de 2015

Un año más

Siempre es un año más, nunca un año menos. Cada año que pasa me aleja de la verdadera muerte, porque es un año más que he vivido. Un año de acumulación de memorias, vivencias, amigos nuevos, viejos amigos, amigos que dejaron de serlo (porque nunca lo fueron), y amigos recobrados. 
Lugares, tiempos veloces y tiempos muertos.
Palabras con sentido, sentidos sin palabras y espacios rellenos de batiburrillos solo inteligibles muy adentro...

Siempre, siempre un año más.

lunes, 19 de octubre de 2015

El Cigala en Luxemburgo



Diego el Cigala es mucho más que el descendiente de toda una dinastía de artistas del flamenco. Llega más lejos que los cocotales, los alantes y los atrás; su talla supera sus casi 1,90 y los brillos de las decenas de anillos que gusta mostrar en sus apariciones.

Diego el Cigala es una voz que llena cualquier escenario: sin acompañamiento, sin micrófono, sin siquiera luz. A veces creo que al Cigala habría que escucharle en la oscuridad, sin la más mínima luz o sonido que pueda disfrazar lo que sale de ese corpachon de 46 años, tan roto por el dolor de la pérdida de su Amparo -hace hoy exactamente dos meses- como volcado con su arte cada vez que sube a cantar.

El sábado el Cigala derritió el frío otoñal de estos lares, y convirtió la Philarmonie en una de las múltiples plazoletas de ese Rastro donde nació. Es cierto que jugaba en casa -porque fuimos a verle casi todos los españoles de aquí-, pero una voz como la que se escuchó en el auditorio de Kirchberg seguro que traspasó esos muros y se dejó oir por todo este país: porque el domingo, la gente estaba más alegre, más feliz. 

Gracias, Diego, por traerme un trocito del Rastro a esta parte del mundo. No se cómo seria Camarón en vivo, pero lo que oí antes de ayer era puro arte.

sábado, 10 de octubre de 2015

Ni la muerte de Virgilio, ni Jiménez de Asúa

El hombre que no tiene música en su interior,
aquel a quien la meditación no sugiere dulces melodías,
no sirve más que para traidor, ladrón, malévolo;
la voz de su interior es lóbrega como la noche,
su ilusión es árida como el Erebo.
¡No confíes en nadie semejante!
¡Escucha la música!

(Shakespeare, apostado en lo espiritual en el arte de Kandinsky)

viernes, 2 de octubre de 2015

La forja de un rebelde, de Arturo Barea



Nada nuevo se puede decir de una trilogía tan gigante como esta. Más allá de la atracción romántica hacia los profesionales de las letras y la imagen que coincidieron en el Madrid sitiado de la guerra civil, la Forja es mucho más:

La descripción del Madrid de principios del XX -de toda la provincia- que hace el Arturo niño, con pensamientos de niño (ese Lavapies donde coincide el orgullo de los que fueron, y ya no son, con el de quienes quieren llegar a ser).

El elenco de personajes, cada uno distinto por fuera y por dentro, ninguno esencialmente malvado más allá de las circunstancias donde han crecido (salvo Franco, Millán Astray y un puñado de anarquistas, a quienes más bien considera locos que malvados), visto desde la generosidad del juicio de un joven soldado.

Los horrores de la Guerra de Marruecos, una guerra mantenida por los corruptos que sacaron partido de los soldados, sus comidas, sus armas y hasta de sus muertes.

Las enfermedades que dejaron a Barea tullido: parte en cuerpo, parte en alma.

El primer matrimonio por rebeldía; el segundo, por pura admiración, y unos hijos que no aparecen más que accidentalmente en la novela.

Los exilios (porque nunca hay uno, sino varios: de Madrid a Valencia, de Valencia a Barcelona, de Barcelona a Paris y Londres...)

Y el hilo conductor de un narrador-escritor que siempre supo lo que quería contar: las miserias y grandezas del ser humano. De cada ser humano, que, por compartidas, nos unen más allá de guerras.

Gracias, señor Barea, por una joya de la literatura universal que no se lee: se vive, y a su lado. Pena de Premio Nobel que sí mereció.

L.