Hay lugares donde vivir aventuras solo atisbadas en nuestras fases REM; bellos y sensibles seres que amar, dulce o fogosamente, bajo los siete bueyes de la vía lactea. Proezas inéditas, todavía originales, que parecen creadas para nosotros, y misterios por desentrañar que albergan el premio de la Eternidad.
A veces hay que buscarse más allá de Tannhäuser. Pero otras, las más, basta con asomarnos a la ventana, oler la tierra mojada bajo el alejado recuerdo de los truenos que ya no nos sobresaltan, y recordar que ese mismo olor es el que el Corsario Negro, Quintin Durward, el baron de Munnchausen o el universitario de Tian'an Men olieron justo antes de la peculiar batalla que convirtió a cada uno de ellos en seres inolvidables.
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