Ven.
Háblame aunque no te oiga,
recoge mi respiración última,
y guárdala en el hueco de tus manos.
Acércala a la ventana,
ve abriendo los dedos, poco a poco
(la luz le asusta)
deja que se vaya acostumbrando al mundo,
que vea lo grande que es lo que hay fuera de mí,
-lo pequeño que siempre fui yo-
y, sobre todo,
que se mezcle con las respiraciones del mundo.
Y una vez hecha una con todo el aire,
pídele que me recuerde.
miércoles, 14 de septiembre de 2016
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