Cari es la hermana de mi padre. Tiene ya 70 años (que se dice pronto para una persona con discapacidad psíquica), le encantan los bolsos, el maquillaje y todo aquello que brille, y si le pones a tiro una escalera mecánica pasará horas subiendo y bajando felizmente por ella, hasta que un operario del Metro pregunte qué coño estamos haciendo, y nos diga que esto no es un parque de atracciones. Recriminación ésta que espero seguir oyend muchas veces más.
Cari es la más lista del centro de atención a discapacitados donde se encuentra. De hecho es tan lista que a veces se hace la tonta. Recuerdo un día que, viendo la tele, salió la Reina Leonor y ella, feliz, proclamó que la monarca era amiga suya y que hablaban de muchas cosas cuando se veían. Pues bien, la puñetera tenía razón. Como es la que mejor se expresa del Centro, siempre que hay visitas oficiales la sacan a ella para que reciba a las autoridades, y así, si pudiera escribir, tendría una agenda con más contactos que el propio Amancio Ortega.En suma, es de las pocas personas capaces de sacar al niño que llevamos dentro, ese que tan rápido olvidamos.
Cari tuvo la mala suerte de encontrarse con su cordón umbilical cuando estaba intentando salir de mi abuela para poner colores y formas, al fin, a ese mundo que oía desde el vientre de la tía Piedad (porque en los pueblos de la Mancha todos son tíos o tías, y si estas gordito te dicen lo guapo que estás). Creo que algo avisó a la tía de que estaba mejo flotando ahí dentro, e intentó evitar que saliera. Con la mala suerte de que se enrolló en su cuello, le privó de oxígeno durante demasiado tiempo, ese cerebro maravilloso se quedó sin riego y mi tía Cari nació con capacidades distintas a los demás.
Mi tía Cari recuerda los nombres de todos los familiares de toda la gente que conoce, enloquece de alegría cuando ve un bebé (benditos instintos) y, la verdad, es muy cotilla (además de pelín glotona, como su sobrino). Lleva en una residencia para personas como ella en san Martin de Valdeiglesias más de treinta años, y ha sido muy feliz.
Mi tía Cari el otro día se despertó tosiendo y con dificultades para respirar. Se cansaba mucho para llegar a la salita del desayuno, y ahí vió que otros compañeros estaban, también, tosiendo.
Pero yo no sabía nada de esto.
Algún día después del otro día me llamaron de la residencia. Estaba con el coronavirus y, la pobre, no sabía muy bien qué le estaba pasando, solo que estaba mal, y no podía explicar muy bien los síntomas. Era posible que la llevaran al hospital. A fecha de hoy está estable dentro de la febrícula y, si no empeora, seguirá en la dependencia que para contagiados con síntomas leves ha logrado habilitar el personal de la residencia. Todos ellos verdaderos héroes que, como los verdaderos héroes, es posible que acaben también contagiados y olvidados.
El verdadero mundo, ese que vale la pena, lo puebla gente como mi tía Cari. Ellos lo llenan de sonrisas, candor y una naturalidad que hace mucho que olvidamos. El verdadero mundo, el mejor posible, es aquel donde mi tía no hace más que subir y bajar escaleras mecánicas con una risa que contagia a todos los locos gloriosos, los poetas, los pintores y los abuelitos que nos enseñaron la esencia de lo bueno, el sustrato de lo bello.
Todos aquellos que, si no hacemos algo, irán muriendo estos días, vaciando el mundo de los únicos que verdaderamente valen la pena.
domingo, 22 de marzo de 2020
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