miércoles, 15 de febrero de 2012
La prisionera de la torre Manaca Iznaga
La historia de Cuba ha sido, desgraciadamente, muy similar a la del Sur de los Estados Unidos. Si viajáramos a la primera mitad del XIX y comparáramos el Valle de los Ingenios azucareros de Trinidad con las plantaciones de algodón georgianas veríamos que eran idénticas, como poco, en tres elementos: esclavos, sudor y crueldad.
La ciudad cubana de Trinidad -para mí, la más bella de la isla- era una ciudad de poder en la que, al igual que San Gimigniano, los grandes señores competían en mostrar su influencia alzando al cielo las nuevas torres góticas, a cada cual más alta, nuevas catedrales al nuevo Dios comercio, de tal modo que si superpusiéramos el campanario de Burgos, la Tara de Scarlett, la Manaca Iznaga y cualquier torre de la villa toscana, el encaje sería, tristemente, perfecto, leyéndose del mismo una palabra: poder.
Del mismo modo, las historias de los Borgia, los secesionistas sudistas, los príncipes mercaderes venecianos y los grandes señores azucareros cubanos encajan, repitiéndose: como mezcla, valga el botón del médico trinitario Justo Germán Cantero, caballero de la Gran Cruz de las Órdenes de Carlos III y de Isabel la Católica, Cruz de la Flor de Lis de la Vendée y que comenzó siendo el médico de confianza de la poderosa familia azucarera Borrell (la del conocido Jose Mariano Borrell y Padrón); cuyo patriarca por entonces, Pedro José Iznaga y Borrell, casualmente fallecería a causa del arsénico suministrado por tan afamado doctor para tratar una úlcera. Doctor Cantero que, oh fortuna, no tardaría en casarse con la entristecida viuda, Doña María del Monserrate Fernández de Lara y Borrell, para formar la dinastía Borrell-Cantero, solo igualada en fama y poder por los temidos Iznaga (no olvidemos que el antecitado don Jose Mariano Borrell, propietario del ingenio Guaimaro, obtuvo en el año 1827 la zafra -produccion de azucar- mayor del mundo en la época, superando ese año el millón de Kilos.
También los Iznaga, los constructores de la Manaca Iznaga, en el ingenio del mismo nombre, que se dice tiene su contrapunto justo debajo de ella, donde el segundo hermano habría construido, enterrada, otra torre de la misma altura que la que retaba al cielo, solo que ésta, la subterranea, apuntaba hacia el Malevoje. Y en esa torre, se cuenta, fue encerrada la bella nativa que tuvo la desgracia de enamorar a los dos crueles hermanos Iznaga y que, ante la opción de vivir en la torre celeste o la torre enterrada, optaría, a su eterno pesar, por la primera, de donde nunca saldría por los celos de su esposo a ser robada por su hermano:
Desde esta torre elevada al cielo y al infierno llorabas tu desgracia, esclava dos veces, de tu señor, y de tu hombre. Castigada, como el sultan viudo de Agra, a ver las maravillas de tu alrededor sin tocarlas: a oler la libertad tras los muros que tan cerca te encerraban. A soñar, esclava, vestida de seda y joyas, envidiando la libertad de la muchachita que, en andrajos, tejió tus telas de reina
niña maldita, maldita esclavitud, maldito azúcar
pobre Cuba
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