jueves, 8 de enero de 2015

Los muertos del Charlie Hebdo nunca dejarán de reir

Si la cultura es la peor pesadilla de los dictadores, el humor es el peor enemigo del fanatismo: porque relativiza todo extremo. Porque cuando logramos reirnos de algo, deja de asustarnos. Porque cuando Pixar nos pinta a los monstruos del armario como peluches azules, cuando Charlot interpreta a un Hitler con ticks nerviosos o el Papus nos pintaba una transición cachonda, nos damos cuenta de que el mal siempre pierde, y de que después de toda noche, viene siempre un amanecer con luz, por mucho que tarde.

Hubo -y sigue habiendo- un Islam de igualdad, poesía, ciencia y tolerancia. Un Islam que nos dejó, hace ya medio milenio, joyas como la Alhambra, y que salvó a toda la cultura griega y romana de los entonces bárbaros: de nosotros. Pero ese Islam se ha convertido en una víctima más de un nuevo fanatismo retrógrado, auspiciado por las desigualdades sociales y la globalizacion de la informacion, que ha hecho involucionar a cientos de miles de personas, y que no es que amenace el "estilo de vida occidental",como se intenta simplificar, sino que amenaza todo el progreso humanista que nos ha hecho dejar atrás aberraciones como la esclavitud, las muertes en nombre de Dios o la censura.

Hablar del Islam que hoy prevalece es algo que no gusta, porque da miedo: a ser tachados de retrógrados, por un lado, y a convertirmos en objetivo de los fanáticos, por otro. Pero ¿qué más tiene que ocurrir para que nos demos cuenta de que nos enfrentamos a un problema global de fanatismo, esta vez proveniente de la interpretacion corrompida de un gran texto, de por sí pacífico? Y lo siento, pero no se trata de Islamofobia, xenofobia o la fobia que quieran colgar a cada Houellebecq, Pérez Reverte o revista satírica que se atreva a alzar una voz discordante con el buenismo que ha venido imperando, un buenismo deliberadamente ciego a ablaciones del clítoris, lapidaciones de homosexuales y desprecio absoluto por la igualdad entre sexos, todo por los "legítimos fines" de captar votos, simpatías, financiación o, simplemente, por no ser tachados de retrógrados de ultraderecha.

Porque estos últimos tiempos, con las decapitaciones en directo; las ejecuciones en masa de chiítas, cristianos y demás seres que no compartían interpretación del Corán; la satanización -literal- de minorías como los yazidíes; el apartamiento de la mujer de todo protagonismo en la vida social; la decapitación de la cultura y el absoluto desprecio por la libertad de expresión... ¿se puede seguir tachando de retrógrado a todo aquel que alce una voz diciendo que esto tiene que parar? ¿es que se puede tachar de sospechosas a revistas satíricas cuya único pecado es la democratización de la denuncia social?

Hay una solución no fácil, pero quizás la única posible, para luchar tanto contra este fanatismo de sangre como contra el antiislamismo, los partidos de Ultraderechas y los filonazis que están surgiendo en Europa, y es que publicamente se afronte por cada gobierno que existe un problema social con unas características específicas: ni más ni menos. Pero hasta que no se admita la existencia de esta fractura no se podrá resolver con la moderación, la prudencia y los medios que la democracia nos aporta. Hasta entonces no se hará nada, y seguirán proliferando ghetos de radicalismo, células de muerte y jóvenes hartos del paro que solo encuentran voz en los grupos más radicales.

El dar la espalda a los problemas, pensando que así desaparecerían, nunca ha funcionado. De hecho, nos ha hecho dar la espalda a lo que verdaderamente subyacía: la pobreza, la falta de oportunidades de los jóvenes, los desequilibrios entre oriente y occidente, norte y sur, o el que no interesa desarrollar economica ni culturalmente a unos paises que, una vez desarrollados, exigirían a occidente la justa compensación por materias primas que hoy pagamos por una mierda, riquezas naturales que diezmamos o fuentes de alimentos que hemos logrado reservarnos para nosotros solitos. Hemos de reconocer que existe un problema, que en gran parte lo hemos creado nosotros, sí, pero que eso no obsta a la acuciante necesidad de darle solucion, como se vio ayer. De otro modo alguien -da lo mismo que sean fanáticos islamistas, radicales de ultraderecha y ultraizquierda, o iluminados frustrados-, algún día -cada vez más cercano-, logrará recoger electoralmente esta gran siembra del miedo, fruto de la cosecha de la deliberada ignorancia, y la volverá a tornar, al igual que en la Alemania de 1932, en sangre.

Que las risas que ayer dejaron de existir sirvan para abonar un futuro en que todos podamos reirnos sin miedo a morir. En que podamos reirnos del propio miedo, cualquiera que sea su rostro, en que sea precisamente esa capacidad de ridiculizar a los monstruos la que nos de la fuerza para luchar contra ellos. Porque un mundo en que se mata a los niños, a los indefensos, a los enfermos y a quienes hacen reir y pensar no es un mundo en que valga la pena vivir.

No hay comentarios: