jueves, 18 de junio de 2015
Pepe Gonzalez y Vampirella
Que Pepe González es uno de los mejores dibujantes de comic de la historia es, a fecha de hoy, algo que nadie duda. Que tuviéramos que esperar a que muriera en la más absoluta soledad -tras malvivir sus últimos años vendiendo sus dibujos a 20 euros- para reconocerle como tal, es uno de los muchos vicios de esta piel de toro que tendremos que aguantar hasta que el planeta desaparezca.
Pepe González era un tío muy especial para su época. Y muy valiente. Sabedor de las consecuencias de su homosexualidad en la España de Franco, le importó lo mínimo indispensable para eludir ser encerrado bajo la ley de vagos y maleantes. Lo mínimo, digo, porque había dos Pepes: el genio que dibujó las mejores mujeres de la historia del cómic (algo reconocido hasta por el propio Frank Frazetta, y el vividor que por las noches salía a buscar olvido, alcohol y cariño. Pero al final las dos cosas eran lo mismo, fruto de ambas vertientes del amor. El mismo amor que le impulsaba a dibujar la belleza de sus admiradas Marilyn, Greta o Jean Harlow era lo que le arrastraba a salir e intentar vivir la búsqueda de un cariño entonces prohibido, hoy fruto de la mayor de las sensibilidades. Un amor que en aquel entonces era una bomba de relojería para aquellos que, como Pepe, no capitularon, pero que le costó el precio de toda rebeldía: ser destruido por él mismo. ç
Como todos los genios, trabajaba cuando quería y como quería. Y puesto que no le costaba, cuando se cansaba de algo, simplemente lo dejaba: con independencia de cuanto le pagaran. Como los antiguos piratas en la Isla Tortuga, era experto en gastar cualquier cantidad en una sola noche y despertarse con resaca, compañía y los bolsillos totalmente vacíos. Así son los genios, y estas son las historias que crean las leyendas.
Para más información, tecleen Pepe Gonzalez en comicartfans.com o, simplemente, lean el "Pepe" de Carlos Gimenez: un testimonio de cariño y devoción de un genio a otro
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