Se ha ido. Solo había una canción que realmente me serenaba. Que me arrancaba la nostálgica cuasi sonrisa de quien ha llegado, al fin, a alguna conclusión, y se ha reconciliado con el autor de sus pecados.
Pero tenía que cantarla su autor.
Con esa voz de quien sabe que dejó hace mucho de cantar canciones, para proferir manifiestos con ritmos que traspasaban esas glándulas que dicen que tenemos y que nos rigen, sin que lo sepamos. La voz de Leonard Cohen se rompió hace mucho, y de sus piezas nació esa mezcla única que tocó cada fibra de cada nervio sensible de cada persona que alguna vez necesitó descansar de sí mismo. Y ahora, escuchando ese Aleluya incomparable y roto, recuerdo sus palabras: "I've done my best, it wasn't much..." Y, como la vez que leí un gran libro, me duele el vacío, porque nadie volverá a crear ni a cantar así, y me cago en el Nobel mal dado, en las oportunidades perdidas, en los discos de pizarra que ya no existen y eran los únicos capaces de albergar su arrugada grandeza. Y en las malas versiones, en los estragos de los fotones, en la imbecilidad humana, los continuos intentos de atontarnos cada vez más y convertirnos en votantes de estómago y sexos...
Contra todo esto luchó Leonard Cohen. Es nuestro deber conservar su mensaje cantado.
Por favor, hagámoslo. Por la luz que debe prevalecer
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